
Las falsas
esperanzas me mantenían detrás de lo imposible. En la casa de uno de mis
familiares tenían pegada en una pared la Oración de la Serenidad. Llegué a
aprendérmela, aunque no llegué a entender completamente la importancia de la
parte que dice "Concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo
cambiar" hasta que entré a Al-Anon.
Aceptar implicaba rendirme, soltar la
espada y dejar atrás lo que fuera que, gracias a la sabiduría que me dio mi
Poder Superior, entendiera iba más allá de mis fuerzas. No era un acto de
cobardía ni de irresponsabilidad rendirme ante aquello frente a lo que no tenía
posibilidad de ganar. Era algo inteligente, lógico, racional. En ese caso mi
victoria residía en la paz y humildad obtenidas al reconocer mis limitaciones.
Eso es mejor que vivir en un conflicto constante, en el que no habría
vencedores sino un proceso de destrucción contínuo. ¡Cuánta razón tenía quien
dijo que el que vence a otros es fuerte, pero quien se vence a sí mismo es
poderoso!
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