El miedo fue un escudo que me protegía de la agresión de los otros. Resultó ser un muy mal protector. Me aislaba de las demás personas al mismo tiempo que me impedía enfrentar la vida adecuadamente. Semejante muralla no me protegía sino que me aprisionaba. Me he dado cuenta que la forma más común de conservar y alentar un defecto de carácter es justificarlo como algo ventajoso, hasta necesario. Alguien podría pensar que la avaricia es conveniente para protegerse de la pobreza, la ira para protegerse del ataque de los demás, el resentimiento para protegerse de los que nos han herido, la vanidad para protegerse de la burla, la mentira para protegerse del castigo o el control para protegerse contra el desengaño. Admito que varias veces admiré defectos de carácter, muchos presentados y exaltados muy convincentemente como deseables, lo que me animaba a defenderlos con elocuencia. Actué acorde a ellos y racionalizar no evitó que me embistieran.
No se puede justificar ningún defecto. Los defectos, nada vez hay que ver con objetividad sus efectos en nuestras vidas, son perjudiciales. Crecen como una plaga y uno lleva a otro. La auto justificación no es otra cosa que una manera que usan para mantenerse instalados dentro de nosotros. El Sexto Paso nos pide disposición para que nos sean removidos todos nuestros defectos de carácter. No es válido solo estar dispuestos a que se nos eliminen unos, pero los "consentidos" no. El paso nos pide actuar sin reservas. Para obtener esa nueva forma de vida tan deseada, hay que mantener limpia la casa. El esfuerzo diario por practicar las virtudes es la única manera cierta de vivir equilibradamente.
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