Valor: Cualidad del ánimo,
que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros.
Arrostrar:
1. Hacer cara, resistir, sin dar muestras de cobardía, a las calamidades o peligros.
1. Hacer cara, resistir, sin dar muestras de cobardía, a las calamidades o peligros.
2.
Sufrir o tolerar a alguien o algo desagradable.
3.
Atreverse, arrojarse a batallar rostro a rostro con el contrario.
En
la Oración de la Serenidad pedimos serenidad, valor y sabiduría. El valor no es
lo mismo que serenidad. Quiero iniciar con esta aclaración porque mucha gente
cree que valor es ausencia de miedo, pero no es así. Es la disposición para
enfrentar el miedo e intentar animosamente alcanzar metas. El miedo nos
paraliza, nos hace vulnerables, manipulables y nos impulsa a huir. El valor
impide esos efectos sobre nosotros. Esos efectos querrán apoderarse de
nosotros y la sensación desagradable de
miedo persistirá pero al menos podremos
enfrentarla firmemente. Como decía el General George Patton, “el valor es aguantar
el miedo un minuto más”. A medida que practicamos el valor frente a una
situación que nos produce temor, lograremos afrontarla serenamente. El valor ya
no será necesario porque no nos produce miedo.
El
miedo es un aliado cuando enfrentamos un peligro real, de lo contrario atenta
contra nuestro desarrollo personal. Por ejemplo está bien sentir miedo cuando
somos atacados por una animal o tiembla, pero no cuando queremos poner un
límite o pedir algo. Desde que me acuerdo, me he dejado dominar por el miedo.
Como decía al inicio, el problema no era el miedo en sí, sino no tener el valor
para combatirlo. Posiblemente, por lo que me cuentan, mis primeras sensaciones
de miedo y muy intenso, fueron antes de nacer. Mi familia por supuesto era
disfuncional y las agresiones y la zozobra estaban a la orden del día. También
había gente que gozaba con asustarme. El miedo me gobernaba al punto de sentir
temor de hacer cosas muy comunes para los demás niños. Le concedí tal poder que
me costaba enfrentar cosas muy sencillas. La huida se convirtió en mi forma de
afrontar la vida. No quería encarar las cosas. Que otros se encargaran. Así les
di autorización de gobernar mi vida a otras personas. Hasta les concedí permiso
de pisotearme.
Nos invaden
muchos miedos. Miedo a no tener suficiente dinero, a quedarnos solos, a perder
nuestra fuente de placer, a no tener razón, al castigo, a perder nuestra
posición social, a no tener la aceptación y aprobación de los otros, a que las
cosas no salgan cómo queremos, a perder nuestro control sobre los demás, a la
crítica, a la burla, al futuro, a perder nuestra comodidad, a
enfermarnos, a que los demás no hagan lo que esperamos. La lista es
grande. Muchas de nuestras acciones están gobernadas por el miedo. A veces
pienso que al mundo lo mueve el miedo.
La
página ochenta y cuatro de Un día a la
vez nos habla de que tenemos herramientas para obtener el valor. Nos habla
de la asistencia a las reuniones y la literatura. También nos habla del Poder
Superior que hemos adoptado. Si de verdad lo concebimos como un poder superior
en todo sentido y que está de nuestra parte, y estamos dispuestos a aceptar su
ayuda, eso nos dará el valor necesario para afrontar y vencer ese miedo
neurótico. Al final de la página viene una frase que nos dice que aunque
sintamos miedo, sabemos que contamos con un buen respaldo que nos permitirá
salir avante.
La página ciento diecinueve de Un día a la vez nos sugiere que puede que vivamos con mucho miedo porque no vemos los aspectos positivos de nuestra vida. Nos sentimos amenazados porque solo vemos tinieblas. Así no se puede lograr la fortaleza interior plantarle cara al miedo. No es que se nos sugiera ignorar nuestros problemas pero sí no mantener fijos nuestros ojos en ellos Nos sugiere ver los aspectos positivos de nuestra existencia. Si tenemos generamos esperanza y positivismo será más fácil alcanzar el valor cuando lo necesitemos ¿Cómo voy a encarar el miedo si de antemano voy esperando lo peor?
La página
ciento cincuenta y siete de Un día a la
vez nos habla de la gran necesidad que tenemos de valor no solo para
enfrentar el alcoholismo de otra persona, sino todo. Nos anima a pedir la
dirección para obtenerlo aunque aclara que no basta pedirla, sino estar
dispuesto a seguirla. En otras palabras, hay que ser obediente. El valor no
surge como arte de magia. Como vimos al principio, es necesario utilizar las
herramientas del Programa. Esa seguridad interna que queremos se va cultivando
con la ayuda del Dios de nuestro entendimiento.
Sin valor no se puede crecer.
Nuestro programa se basa en el cambio así que es fundamental el valor para
cambiar. Si no se tiene valor se seguirá estando a merced de las personas y las
circunstancias. Para romper con los patrones aprendidos que solo nos sirven de
lastre, se requiere atreverse a probar nuevas fórmulas. Lo nuevo nos asusta
aunque sea beneficioso. Se necesita de esa disposición del ánimo para progresar.
Lo desconocido produce temor por lo que probar cosas nuevas puede que
no resulte sencillo pero, ¿cómo
voy a obtener un resultado diferente si sigo haciendo lo mismo?
Cuando
quiero iniciar un cambio generalmente mi reacción es posponer. Estoy
predispuesto a reaccionar más que a razonar. En ese momento le pido a mi Poder
Superior su guía y el valor para cambiar las cosas que sí puedo. Adquirir
consciencia y aceptar que puedo manejar la situación (muchas veces el monstruo solo existe o es
inmanejable en mi mente) me ayuda a resolverme para no retroceder. Luego
acciono, lentamente si es necesario. En
mi caso al valor, lo expresaría como una ecuación:
V = P + E
VALOR = PENSAR + ENFRENTAR
Quizá
de primera entrada mi actitud no sea natural porque estoy frente a una
situación nueva, pero sé que con la práctica puedo ir mejorando. Lo importante
es mi disposición de dar ese primer paso, que es el que todos más tememos
dar.
Escucho
muy a menudo la frase "quisiera ser diferente". La manera de ser
diferente es actuar diferente. No he encontrado otro método. Si quiero perder
el miedo a hablar en público, tengo que hablar en público para fortalecer la
confianza en mí mismo. Si quiero dejar de ser controlador, tengo que refrenar
mis deseos de que los demás hagan lo que quiero y soltar las riendas. Para ser
una persona de fe, debo de dejar de escuchar al miedo. Si no quiero seguir
llegando tarde al trabajo, tengo que levantarme más temprano. Si mi deseo no va
acompañado de acción nunca se hará realidad, como nunca se hará realidad un
edificio si solo hago el plano y no lo construyo.
Ante
el reto de reinventarme surgen las excusas como "yo no sirvo para
eso", "después me animo" o "estoy muy viejo para
cambiar". Insisto en que el Paso Siete es considerado uno de
los pasos olvidados porque implica trabajar con un Poder Superior para
adquirir nuevos comportamientos y preferimos pasar por alto ese desafío. ¿Cuál
es el resultado de este paso? Pues ni más ni menos que adquirir la
gobernabilidad de nuestra vida y las capacidades que admitimos no tener en el
Primer Paso.
Si
no intento cambiar, el programa nada más será una excusa para engañarme
creyendo que de verdad quiero cambiar porque "estoy metido en un programa
de recuperación". El Programa no se trata de buenas intenciones, sino de
acciones. El valor no viene solo de desearlo sino de trabajar por él. Así
también sucede con las demás virtudes. Recordemos que acción es la palabra mágica.