Me costó bastante entender y aceptar enteramente la Oración de la Paz que he visto en varios grupos de Doce Pasos. La conocía desde mucho tiempo atrás y no terminaba de comprender en qué me podían beneficiar las tres renuncias que contiene: “Que no busque tanto ser consolado sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, sino amar”. Me sonaban radicales y en cierto modo injustas ¿No deberían consolarme, comprenderme y amarme? Hasta que entendí la filosofía del programa entendí esa oración y su relación con nuestro programa.
Mi excesiva preocupación por mí mismo me daña y dar amor me sana. La forma correcta espiritualmente hablando de nutrirse y madurar, era dando de mí. Al yo que estaba renunciando no era a mi yo espiritual sino al falso, al infantil, al susceptible y egocéntrico que debí superar al crecer. Pero ahí se quedó y lejos de disminuirlo lo fortalecí. Crecí en una sociedad enferma que me animaba a hacerlo. Veo para atrás, y siento que me vendieron una mentira que me ha salido muy cara. Como dije hace poco en un grupo, me siento estafado. Me estimularon para desarrollar al niño malcriado en mí que estaba feliz de verse rodeado de tantos mimos. Mi yo espiritual estaba desatendido. Lo que hacía por ocuparme de él era insuficiente.
Hoy comprendo que muy por el contrario de lo que pensaba, la Oración de la Paz es una oración muy beneficiosa. Mi felicidad es directamente proporcional a mi esfuerzo por romper mi egocentrismo y al bien que doy. Me era difícil de asimilar por mi falta de formación en el amor. Dar para recibir no encajaba en mi arraigada ideología de que mi realización personal dependía de la completa satisfacción de mis deseos. Por la gracia de Dios, he dejado de ver al amor como un trueque. No quiero pensar en mí como un comerciante, sino como una fuente de la que todos pueden beber sin tener que llenar ningún requisito.
C.G.
Mi excesiva preocupación por mí mismo me daña y dar amor me sana. La forma correcta espiritualmente hablando de nutrirse y madurar, era dando de mí. Al yo que estaba renunciando no era a mi yo espiritual sino al falso, al infantil, al susceptible y egocéntrico que debí superar al crecer. Pero ahí se quedó y lejos de disminuirlo lo fortalecí. Crecí en una sociedad enferma que me animaba a hacerlo. Veo para atrás, y siento que me vendieron una mentira que me ha salido muy cara. Como dije hace poco en un grupo, me siento estafado. Me estimularon para desarrollar al niño malcriado en mí que estaba feliz de verse rodeado de tantos mimos. Mi yo espiritual estaba desatendido. Lo que hacía por ocuparme de él era insuficiente.
Hoy comprendo que muy por el contrario de lo que pensaba, la Oración de la Paz es una oración muy beneficiosa. Mi felicidad es directamente proporcional a mi esfuerzo por romper mi egocentrismo y al bien que doy. Me era difícil de asimilar por mi falta de formación en el amor. Dar para recibir no encajaba en mi arraigada ideología de que mi realización personal dependía de la completa satisfacción de mis deseos. Por la gracia de Dios, he dejado de ver al amor como un trueque. No quiero pensar en mí como un comerciante, sino como una fuente de la que todos pueden beber sin tener que llenar ningún requisito.
C.G.
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