Cuando hablamos de la voluntad de Dios en los grupos, siempre me refiero a una reflexión de fin de año que acá en Costa Rica es muy conocida y se escucha en diferentes medios desde hace muchos años. Esa reflexión me parecía que iba a bien hasta la parte donde dice "¿Qué me traerá el año que empieza? Lo que tú quieras, Señor". Me sonaba ilógico. Toda la vida se me había enseñado a pedir cosas específicas a Dios, así que cómo iba dejar que me diera lo que quisiera ¿Y si me daba algo que no quería o pasaba por alto algo que yo estaba seguro que necesitaba? Y otra parte que me chocaba es donde dice “que me halle siempre dispuesto a hacer tu santa voluntad”. Mi relación con Dios se limitaba a lograr que él hiciera mi voluntad y para conseguirlo tenía que ofrecerle algo que le gustara. Hasta llegué a echar mano de métodos para obligarlo a obedecerme a corto plazo. Someterme a su voluntad no era lo que se me enseñó, al menos no con el ejemplo.
A la vuelta de tantos años he aceptado que esa reflexión es cierta. Cuando Dios dejó de ser un Poder Inferior para convertirse en un Poder Superior, cuando comprendí que ese Poder Superior es precisamente superior a mí porque entre otras cosas sabe lo me conviene, entonces esos deseos dejaron de parecerme absurdos y hasta peligrosos. Peligrosos porque desde mi perspectiva distorsionada, Dios podía cometer un descuido que me iba a traer infortunios. Por eso no solo en estas fechas, sino durante cada día el año y hasta varias veces al día, desde que entendí con profundidad el Tercer y Undécimo Paso, al tratar de determinar qué es lo mejor para mi vida digo ¡Lo que tú quieras, Señor!
C.G.
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