Si dejo de lado mi crecimiento, daño a los demás. Mi forma de relacionarme con otros sería nociva, aunque tenga buenas intenciones, como sería nocivo el que con muy buenas intenciones operara a alguien del apéndice si no tengo lo necesario para ello. No solo por mi bien sino que por el de los demás, tengo que concentrarme en mi sanación. Si vivo mal, si me siento mal, si pienso mal, ¿qué le voy a dar al mundo? Pues MAL. Y como quiero dar al mundo BIEN pues tengo que estar bien. No puedo dar lo que no tengo. Tampoco puedo ser un ejemplo de bienestar si lo que le reflejo a los demás es malestar. En el caso de los que seguimos el Programa, no lo estaríamos haciendo atractivo como nos pide la Undécima Tradición. No basta "tener Programa". Tiene que notarse.
Parte de ese buen vivir al que aspiro conlleva poner límites racionales. Es sano para mí y para los demás. El ser humano ha tenido que establecer reglas para vivir en armonía y seguir evolucionando. La anarquía es destructiva. Necesitamos establecer normas para vivir en paz. Si permito ser abusado estaré hundiéndome otra vez en la desgracia y arrastraré a aquellos a quienes les permito practicar y desarrollar sus desafueros. Ya es bien sabido que muchos y muy graves problemas en este mundo se deben a la negligencia, a la falta de valor para ponerles freno valientemente por parte de los que se ven afectados por ellos. Ser condescendiente ante actos impropios equivale a ser un secuaz de quienes los cometen. Al enseñarle a los otros a respetar límites, tendrán que aprender a contenerse y estaré propiciando que ellos aprendan a auto limitarse.
¡Buscar el bienestar a través de los Principios y el marcar límites me favorece a mí y a los que me rodean!
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