domingo, 3 de enero de 2016

"Que papá deje de beber."

En mi niñez, la infaltable petición al final de mis rezos era "que papá deje de beber". Pensaba que todo el caos dentro de mí y en mi círculo familiar terminaría cuando él dejara la bebida. Es obvio que, a consecuencia de su alcoholismo, había muchos problemas. Lejos estaba de imaginarme la magnitud del daño que se había desarrollado en mí y que seguiría creciendo. Ese caos interior continuaría incluso después de que dejó de beber. 

Una infancia rodeada de alcoholismo es difícil. El caso más cercano era el de mi papá, pero había otros familiares enfermos. No sabía que aun mientras no estuvieran bebiendo, su enfermedad también me afectaba. Hasta más. Y a su vez los no alcohólicos afectábamos a otros no alcohólicos, haciendo crecer el daño exponencialmente. La familia y la comunidad estaba siendo víctima de la neurosis que se iba pasando de un individuo a otro y de generación a generación. 

 Dios respeta nuestras decisiones y no va a cambiar a alguien si no quiere y no tiene la disposición de trabajar con él para lograrlo. No me refiero a cambios temporales motivados por un interés pasajero, sino permanentes. La gracia de Dios solo se derrama en aquellos que, con genuina humildad, normalmente surgida de una desesperación extrema, disponen su corazón para recibirla y aprovecharla. Por eso mis oraciones, en vez de orientarlas para que otra persona cambie, mejor las digo con la intención de que yo siga mejorando y pueda enfrentar la locura del mundo, que por cierto no es poca. 

 


C.G.

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