El reciente asesinato de una familia ha estremecido a mi país. El asesino fue el amante de la madre quien después de un tiempo de abandonar a su familia, decidió regresar junto con él. Ella, el esposo y tres hijos menores de edad murieron. El crimen como tal ya era suficiente para impactarme, pero hubo otra cosa que me sacudió más. La madre de la ahora fallecida, le había advertido a esta que su amante terminaría matándola. No era una suposición sin sustento dado el historial de violencia del hombre. Su respuesta fue que no le importaba que la matara, que no era un asunto de su incumbencia ya que no sería a ella a la que matarían. Esas palabras necias que he oído muchas veces, en esta ocasión me resultaron más chocantes quizá por el desenlace fatal.
Muchos años atrás una vecina muy joven dijo que se iba a vivir con su novio casado. Era “el hombre de su vida” así que nada le importaba, ni las súplicas de su madre. A los días, no recuerdo cuántos, pero fueron pocos, estaba de regreso. El hombre de su vida la había enviado en un taxi a su casa. Vi el taxi, pero no a ella. Una de sus amigas más cercanas me contó que llegó con el rostro cubierto. Se tuvo que tragar su prepotencia. La luna de miel duró poco, aunque lo suficiente para quedar embarazada.
La terquedad puede llegar a ser mortal, pero si alguien se decide morir por sus caprichos, no se puede hacer nada por convencerla. Eso fortalece mi convicción de que debo vivir y dejar vivir, aunque dejar vivir signifique dejar a los otros ir por el camino de la autodestrucción. Y no siento culpa. No vale la pena luchar por causas perdidas. Yo mismo he sido terco y no he atendido razones por convenientes que sean y sin importar si me las dicen de buena o mala manera. No puedo hacer nada frente a la determinación de alguien de seguir su propio sendero. Debo incluso abrirme a la posibilidad de que yo esté equivocado y ese camino lo lleve a un buen destino. Mejor me enfoco en procurar tomar las mejores decisiones para mi vida basado en la guía del Dios de mi entendimiento y el programa.
C.G.
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