Me embarga la alegría cuando
llegue un nuevo al grupo. Y si es más de uno, me siento todavía más alegre. No
es solo porque la hermandad crece, sino por ver que otras personas se están
dando la oportunidad de sanar y crecer interiormente. El Programa me ha dado
tantos regalos que cuando veo llegar a personas que también los recibirán, si
son perseverantes, me entusiasma. Me regocija cuando alguien entra a nuestras
salas a salir de los escombros en que lo enterró el alcoholismo, no solo
porque su vida mejorará sino porque su recuperación impactara positivamente a
otras personas que a la larga podrían llegar a Al-Anon.
Cuando hay alguien nuevo trato de que se sienta cómodo, que
sepa que está entre iguales y le comparto mi experiencia antes de llegar al
programa y después de llegar a él. Trato de hacerlo de una manera muy atractivo
para que se lleve una muy buena impresión y sienta deseos de asistir a por lo
menos una reunión más. No puedo obligar a las personas a que regresen, así que
la única manera en que puedo influenciar en ellas para que lo hagan, es que
sientan deseos de repetir de la experiencia.
No soy el único que no se emociona cuando tenemos la dicha
de que llegue gente nueva. Me llena ver que el resto de mis compañeros y
compañeras le regalan a los nuevos una sonrisa y un saludo. No falta la
expresión “¡Qué bueno!” enfatizando la alegría de tener entre nosotros a
alguien que quiere salir adelante, y si se mantiene, hará más grande nuestro
movimiento de buena voluntad mundial.
Recibamos con cariño a los nuevos y procuremos que lleguen
más. Que sientan que no están solos, y que en nuestra hermandad van a encontrar
siempre brazos abiertos dispuestos a darles el apoyo que los miembros siempre
nos damos. Que no olvidemos que la base de nuestro programa es el amor y hay
que darlo a manos llenas.
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