El tema más reciente que estudiamos en nuestro grupo fue el compromiso. Nos enfocamos durante gran parte del estudio en la falta de compromiso con nuestra propia recuperación. Yo les compartía mi tristeza al ver tantas personas nuevas que llegan a la hermandad, y que tras unas pocas reuniones no vuelven. También pensaba en la gente que me ha pedido ser su padrino, pero nada más para salir de una crisis momentánea y no buscan mejorar su forma de vivir. No se quieren comprometer con un cambio profundo que los librará de estar yendo de una crisis tras otra.
En la literatura se hace referencia al rótulo de un pueblo que dice que a la fuente del conocimiento unos llegan a beber y otros a hacer gárgaras. Del programa se puede decir lo mismo. Unos lo interiorizan y otros lo viven superficialmente. Para mí el programa no es solo un alivio temporal que encuentro en cada reunión. Es una disciplina que en la medida que practique me ayudará a tener una mejor calidad de vida. No me basta una cucharadita de alivio. Me conviene algo más duradero, algo que me mantenga firme no siempre porque somos imperfectos, pero si la mayoría del tiempo.
Un predicador fue invitado a una actividad de A.A. y entre las cosas que habló, la que más atrajo mi atención fue cuando dijo que para poder avanzar en el programa de los Doce Pasos, eran necesarias las dos actitudes que el Hijo Pródigo resolvió tener cuando volvió a la casa de su padre: TRABAJAR y OBEDECER. Eso me habla de esfuerzo y disciplina, dos actitudes cada vez más raras por lo menos cuando se trata de hacer lo correcto. No digo que sea sencillo practicarlas. Consideremos que la neurosis nos impulsa a vivir en una malsana comodidad y a hacer el menor esfuerzo posible. Pero hacerlo o no hacerlo es lo que marca la diferencia entre vivir bien o vivir mal.
C.G.
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