Antes de llegar a Al-Anon era un experto en preocuparme. Podría habérseme
llamado El Señor Preocupación. La ansiedad, ese miedo anticipado, fue la
principal causa que me llevó a buscar ayuda en los grupos de Doce Pasos. Mi
preocupación por lo que sucedería llegó a un grado tal que hasta tuve fuertes
reacciones físicas. Me despertaba en las madrugadas y no podía volver a
dormirme porque el temor me impedía relajarme. Generaba muchos pensamientos
negativos que me agotaban mentalmente y me llenaban de angustia. El deseo de
morir era recurrente. Muchas veces vomitaba, aunque en parte era bueno porque
me aliviaba del enorme dolor emocional que sufría. No quería levantarme para no
tener que afrontar el nuevo día durante el cual seguramente experimentaría
nuevos episodios de ansiedad, quizá no tan graves como los matutinos, pero no
por eso menos indeseables.
La gente no podía entender el porqué de mi
preocupación excesiva. Junto con su incomprensión vinieron las críticas.
Sencillamente mi "calculadora de probabilidades" se había dañado.
Veía la inminencia de calamidades sin que hubiera gran evidencia de que sucederían.
Cuando niño y entrando a mi adolescencia la constante en mi hogar era la
inestabilidad. No sabíamos a qué atenernos. Lo normal es que las sorpresas
desagradables llegaran en tropel. Es lógico pensar que en esa etapa se me hizo
hábito anticipar desastres y preocuparme por ellos.
Aprender a vivir un día a
la vez fue el primer gran reto que me propuso Al-Anon. Siempre vivía comprometido
emocionalmente con el futuro ¿Cómo iba a acostumbrarme a vivir el momento
presente? Luego vino el reto de ponerme en manos de un Poder Superior ¿De dónde
iba a sacar fe si había sido traicionado casi toda mi vida por la gente,
incluso por los que debían velar por mi bienestar? La práctica constante fue logrando
que ambos principios espirituales se me hicieran habituales lo que redujo
sustancialmente mi tendencia a la preocupación. Nada logré con preocuparme
excepto enfermarme gravemente y molestar a los demás con mi neurosis.
Mi nueva
visión es que puedo hacer planes para el futuro pero dejar los resultados en
manos de Dios. Independientemente si coinciden o no con lo que espero, no hay
duda de que lo que suceda será su propósito y por lo tanto lo mejor que podría pasar.
Esa es la fe que obra.
C.G.
C.G.
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