Cheryl K. – Georgia
The Forum, abril de 2015
Corrí apresuradamente a las salas de Al-Anon cuando mis dos hijos adolescentes estaban en la cumbre de la enfermedad del alcoholismo. Yo estaba experimentando cuanta emoción existía, sin que al menos me culpara a mí misma por causar su enfermedad de alguna manera. La confusión en cuanto a ser padre de hijos menores de edad que estaban actuando contra la ley y contra sí mismos era una lucha constante para mí. Me sentaba en reuniones a escuchar a los miembros decir: «Quita la manos, deja que sufran sus propias consecuencias». El concepto del desprendimiento con amor era, para mí, uno de los conceptos de nuestro programa más difíciles de entender y practicar.
Llamarle a esto una paradoja hubiera sido poco para lo que en realidad representaba. Mi esposo y yo teníamos carreras en el ámbito jurídico, y el respeto a la ley siempre había sido un principio que tratamos de inculcar en nuestros hijos. Ahora, me enfrentaba no sólo a ver desaparecer los sueños que yo tenía para el futuro de ellos, sino también la posibilidad de que sus acciones nos arrastraran en todos los sentidos. La confusión emocional era a veces tan intensa que tenía que acordarme de respirar.
En las reuniones por fin pude acudir a los demás en busca de ayuda. Comencé a practicar los Pasos y la niebla comenzó a disiparse. En algún momento, me di cuenta de que mis hijos menores de edad habían comenzado a tomar decisiones adultas. Mientras miraba esa dura realidad, la próxima realidad se reveló sola. Si ellos estaban tomando decisiones adultas, entonces tendrían que sufrir las consecuencias como adultos. ¿Qué significaba esto para mí?
La respuesta para mí fue el Tercer Paso. La promesa era que yo podía confiarle mi voluntad, mi vida y la de ellos a Dios, según mi propio entendimiento de Él. Eso requirió mucho trabajo y mucha disciplina en la utilización de todos los instrumentos del programa. Ese trabajo finalmente me permitió apartarme del camino y dejar que mis hijos tomaran decisiones por sí mismos. La primera vez que le dije a uno de ellos que no le podía ayudar con una situación, sentí la fortaleza de un Poder que nunca había conocido.
El otro principio del programa que realmente me ayudó fue el Séptimo Concepto: «Los administradores (custodios) tienen derechos legales, mientras que los derechos de la Conferencia son tradicionales». Una de las historias de los miembros en el libro Senderos de recuperación (SB-24) sobre este Concepto hablaba de aprender sobre cuándo aún soy legalmente responsable de un hijo menor de edad y cuándo puedo practicar el desprendimiento. Para mí, fue claro: si yo sabía que iban a beber, no tendrían acceso a ningún carro. Incluso decidí que si alguna vez los sorprendía bebiendo y conduciendo, llamaría a la policía. Eso verdaderamente sucedió. Una vez más, sentí la fortaleza de un Poder superior a mí. Se me estaba devolviendo el sano juicio.
Aprender a amar a mis hijos alcohólicos con desprendimiento saludable ha sido uno de mis grandes dones —y un don que también les puedo obsequiar a ellos—.
Reimpreso con la autorización de The Forum, Al-Anon Family Groups Hdqs., Inc., Virginia Beach, VA.
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