sábado, 6 de julio de 2019

El dilema de crecer en un hogar alcohólico


Cuando escucho en las reuniones las trágicas historias que viven mis compañeros con sus parejas lo primero que me viene a la mente es cómo estarán sus hijos. Los hijos de alcohólicos somos rehenes en una relación destructiva. Lo digo por experiencia propia. Estamos atrapados entre la neurosis de papá y mamá. Un proverbio africano dice que cuando dos elefantes pelean, la que sufre es la hierba. En un matrimonio los hijos somos la hierba. Sufrimos y el estímulo negativo que recibimos a diario cala en nosotros profundamente desde incluso antes de nacer. De los afectados por el alcoholismo de otra persona somos la mayoría y los más dañados.
                                                                                
Crecer en un hogar alcohólico es una locura. Es un ambiente hostil para el desarrollo de virtudes, pero muy propicio para que se fortalezcan los defectos de carácter que terminaran tomando el control y volviendo la vida ingobernable e infeliz. El destino para los que crecimos en un hogar así, sin la ayuda apropiada, es fatal y ese daño será la triste herencia para las siguientes generaciones. El alcoholismo deja un daño colateral impresionante que por lo general es subestimado, hasta por lo que se han visto afectados. Eso explica en parte porque muchos de los afectados no buscan ayudan. No detectan el daño porque lo han adoptado como una forma de vida. Se han acostumbrado a vivir mal.

Una lectura de En todas nuestras acciones dice que quien desee salvar el matrimonio con un alcohólico tiene que atenerse a lo que implica tratar con una persona tan enferma. Cuando leí eso recordé la lectura del 27 de junio de Un día a la vez donde se habla de la importancia de poner en primer lugar a los hijos. Creo que si alguien decide luchar por su matrimonio con un enfermo alcohólico necesita recordar que en esa lucha ellos van incluidos. Siguiendo la sugerencia de Un día a la vez entonces habría que asegurarse que ellos, que no pueden elegir, estén protegidos en esa lucha que será complicada.

Al-Anon me ha enseñado que hay derrotas que en realidad son victorias. Yo evaluaría a la luz del programa lo más objetivamente posible la situación para saber si vale la pena seguir o es mejor alejarme. Mi bienestar y el de otros está en juego.

C.G.

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