La exagerada preocupación por mi mismo causó
estragos en mi vida. Suena paradójico pero así fue. Me convertí en una persona
egocentrica pendiente de que nadie hiriera mi susceptibilidad, o mejor dicho mi
hipersusceptibilidad lo que me trajo mucha angustia. Todavía tengo fresco en mi
memoria un periodo de tortura emocional donde la ansiedad y la depresión, dos
viejos conocidos para prácticamente todos los que venimos de hogares
alcohólicos, se turnaban para mortificarme. Duró algo así como un año y medio y
fue lo que me motivó a asistir a un grupo de Al-Anon cercano a mi casa y del
que lamento no haber escuchado al principio de mi martirio. Lo importante es
que fui.
La mejoría no llegó inmediatamente. Me he puesto a pensar en qué punto fue cuando empecé a sentirme mejor y lo he ubicado en el momento en que empecé a ayudar a otros. No estaba haciendo nada extraordinario, solo compartir en las reuniones, dar algunos servicios muy sencillos dentro del grupo y tratar de llevar el mensaje a otras personas. Pero todo lo hacía con mucho gusto y como decía Teresa de Calcuta el amor para que sea genuino, no tiene que ser extraordinario. Y el amor genuino sana y eso fue lo que hizo conmigo. Empecé a mejorar y hasta las circunstancias que yo veía nefastas, empezaron a tener un mejor aspecto. El milagro de "Dando es como recibimos" estaba operando en mí. Hacer el bien alimenta al espíritu lo que trae, entre otras cosas, serenidad de la que estaba muy necesitado. La situación específica que me producía temor seguía ahí, pero yo estaba cada vez más tranquilo.
Para fortalecer el amor y gozar de sus grandes beneficios, hay que darlo. No podemos reservarlo solo para nosotros o para ciertas personas. No hay excusa que valga para hacerlo. Todas esas prácticas correctas que aprendía en el grupo no podían reservarse sino que había que darlo y entre a más gente mejor. Recibo lo que doy, por eso, ahora cuando siento que algo me falta, reviso qué es lo que no estoy dando.
La mejoría no llegó inmediatamente. Me he puesto a pensar en qué punto fue cuando empecé a sentirme mejor y lo he ubicado en el momento en que empecé a ayudar a otros. No estaba haciendo nada extraordinario, solo compartir en las reuniones, dar algunos servicios muy sencillos dentro del grupo y tratar de llevar el mensaje a otras personas. Pero todo lo hacía con mucho gusto y como decía Teresa de Calcuta el amor para que sea genuino, no tiene que ser extraordinario. Y el amor genuino sana y eso fue lo que hizo conmigo. Empecé a mejorar y hasta las circunstancias que yo veía nefastas, empezaron a tener un mejor aspecto. El milagro de "Dando es como recibimos" estaba operando en mí. Hacer el bien alimenta al espíritu lo que trae, entre otras cosas, serenidad de la que estaba muy necesitado. La situación específica que me producía temor seguía ahí, pero yo estaba cada vez más tranquilo.
Para fortalecer el amor y gozar de sus grandes beneficios, hay que darlo. No podemos reservarlo solo para nosotros o para ciertas personas. No hay excusa que valga para hacerlo. Todas esas prácticas correctas que aprendía en el grupo no podían reservarse sino que había que darlo y entre a más gente mejor. Recibo lo que doy, por eso, ahora cuando siento que algo me falta, reviso qué es lo que no estoy dando.
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