Sobre el escritorio de mi casa
tengo un medallón que en una cara lleva inscrito "Libertad de ser yo"
y en la otra "Se fiel a ti mismo". Cumplir con las expectativas de
los demás fue el cimiento de mi formación o mejor dicho deformación. Hasta
hacer lo correcto se me enseñaba en función de encajar y mucho mejor si recibía
el aplauso de los demás. Tenía que convertirme en lo que esperaban los demás y
mostrar esa apariencia de bueno. Importaba poco si lo hacía por convicción
propia mientras cumpliera con mi rol para no quedar mal ante los otros, ni
hacer quedar mal a la familia.
Aprendí cosas buenas por las razones equivocadas. Al
practicarlas por esas razones, fui disminuyéndome espiritualmente y acrecenté
mi ego, hambriento de aprobación. Inevitablemente me convertía en esclavo de la
opinión de los demás. La crítica me hacía sentir miserable. Si sentía que no
quedaba bien hasta en las cuestiones más tontas, me consideraba obligado a
borrar esa mala imagen. Si era necesario culpaba a otros para evadir mi
responsabilidad. Mi búsqueda de la felicidad me estaba volviendo infeliz.
Si bien es cierto debo tener en consideración a los
otros porque no soy una isla, eso no quiere decir viva subyugado. Pienso en la
Cuarta Tradición que nos invita a ser autónomos sin salirnos de un sano orden
establecido. Puedo disfrutar de mi individualidad. Tal vez estar tanto tiempo
esclavizados nos dificulte acostumbrarnos a la libertad. Pero vinimos al mundo
a ser libres y vivir de acuerdo a esa vocación, y por eso me libero de las
exigencias irracionales de los demás y a ellos los libero de las mías.
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