Antes de que me atendieran, mientras mi mente de niño (tendría 11 o 12 años) se angustiaba como era costumbre anticipando lo peor, contemplaba a una muchacha llorar amargamente porque su papá estaba muy mal. Como fue hace tanto tiempo, no recuerdo claramente qué le había pasado, pero su vida estaba en entredicho. Lo que yo tenía no era nada comparado con lo que estaba pasando esa persona. Ella se me acercó a preguntarme cómo estaba y que si me dolía mucho la garganta. En medio de su enorme dolor, sacó algo de tiempo para consolar a otro. En ese momento no comprendí el valor de ese gesto tan generoso. Lo normal hubiera sido buscar que su propio consuelo y olvidarse de los demás. Cuando este recuerdo me vino a la cabeza, sentí la necesidad de compartirlo porque refleja esa solidaridad que he encontrado en los grupos de Doce Pasos. El dolor nos ha llevado a buscar ayuda, pero también ha sacado lo mejor de nosotros y nos ha servido para ayudar a los demás. Sana en vez de dañar, como un veneno que se ha convertido en antídoto.
No quiero terminar sin también mencionar un reportaje que hizo un periodista sobre la mendicidad. Se disfrazó de mendigo para ver las reacciones de las personas. Hubo muchas y variadas reacciones, pero lo que a mí y supongo que a todos los televidentes nos conmovió, fue cuando un conocido mendigo con parálisis cerebral le dio dinero. Era muy poco, pero para él era mucho. Luego todo el dinero que recogió el periodista se lo entregó, ya sin disfraz, a este mendigo quien no quería aceptarlo porque decía que era demasiado. Ante semejante acto de desprendimiento decidí llevarle también dinero y cuando llegué al lugar donde siempre estaba sentado, vi que muchísima gente tuvo la misma idea. La generosidad nunca se queda sin recompensa.