Lo normal es que la gente
descargue su frustración en otros. Ante la impotencia de manejar su dolor, se
desquitan con personas y hasta animales que no tienen nada que ver con el
conflicto que viven. De esa manera hacen que ese dolor vaya esparciéndose,
porque las víctimas de sus arrebatos a su vez irán descargando su ira en otros.
Lo veo todos los días. La inmadurez emocional está muy generalizada, por lo que
no es de extrañar ver con frecuencia personas incapaces de dominarse,
desquitándose con los demás.
Ya he aprendido a
comprender y perdonar esos berrinches, sin que eso quiera decir que no deba
defenderme cuando me puedo ver seriamente afectado. Antes solo me quedaba
paralizado y me resentía. El entendimiento que me ha dado el programa transforma
mi consternación (generalmente muy momentánea) ante un ataque, en compasión.
Saber que estas personas tienen su edad emocional muy por detrás de su edad
cronológica, me ayuda mucho a no caer en su juego neurótico. Además, ver o ser
blanco de esos desquites me sirve para aumentar mi convencimiento de que si
llego a sentir frustración, debo afrontarla maduramente. Nada de “caritas” ni
insolencias.
En vez de echar nuestro
dolor sobre otros y extenderlo por el mundo, y quizá por generaciones, lo mejor
es buscar el alivio en nuestro Poder Superior. Él sabrá darnos el consuelo
necesario y convertir nuestra amargura en algo mejor. En vez de buscar chivos expiatorios,
busquemos soluciones.
C.G.
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