Hay un
recuerdo de mi adolescencia que siempre me vuelve en el mes de setiembre. Mi
profesora de Español me pidió escribir un discurso para el Día de la
Independencia, a lo cual accedí con gusto. Decidí escribir uno que en parte
criticara una serie de vicios en lo que había caído mi país y de los que
teníamos que librarnos. Ser libres no era solo gozar de la independencia de
otro país sino librarnos de males internos que nos destruían y esclavizaban. Mi
profesora me buscó alarmada y me dijo que ese tema era inapropiado, así que
tuve que escribir uno más benigno que sí recibió su aprobación y hasta fui
felicitado.
Es irónico que celebrando la
libertad me impidieran hacer uso de ella. No le di mayor importancia pero ahora
comprendo que ese tipo de hechos fueron los que me volvieron complaciente.
Renunciaba a mis convicciones para mendigar aceptación y aprobación. Así fui
perdiendo mi independencia emocional y desarrollando miedo a la libertad.
Cuando uno vive tanto tiempo dependiente de la luz de demás, desconfía de su
propia luz. Hasta en mi país hubo miedo cuando nos dijeron que éramos
independientes, al punto que se pensó en anexarnos a México y hubo una lucha
interna entre independentistas y anexionistas.
Ser libre y asumir las
responsabilidades de serlo, atemoriza a muchos que prefieren vivir sumisos a un
tirano. Muchos se resignan a vivir en una jaula, que aunque la adornen como
quieran, siempre será una jaula. No
nacimos para ser esclavos. En la medida que nos liberamos para alcanzar nuestra
plenitud que siempre va en dirección hacia un bien mayor, seremos felices y
haremos un mundo mejor.
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