La primera vez que viajé al extranjero se debió a un golpe de suerte. Me
pongo a repasar las circunstancias que me llevaron a ganar un viaje a la ciudad
de San Francisco, California y siento que estaba destinado a hacerlo. Cuando me
di cuenta de que había sido uno de los pocos favorecidos, mi primer
impulso fue no reclamar el premio. Venía saliendo de una reunión de trabajo
donde se nos pedía un esfuerzo adicional, por lo que me pareció inapropiado
tomar vacaciones. Es cierto que esa era una razón de peso, pero la mayor era el
miedo de enfrentar lo desconocido ¿Ir a otro país? ¿Qué trámites había que
seguir? ¿Sería muy complicado? ¿Muy caro? ¿Sería mejor no asumir el reto y
seguir la rutina? Mi mamá en cierto momento me dijo que creyó que no me iba a
animar. No la culpo dado mi amplio historial de oportunidades perdidas por mi
inseguridad.
Se suponía que iba a ser un viaje de placer pero como mi ansiedad iba
conmigo, lo fue a medias. Semanas antes del vuelo estaba preocupado pensando si
me daría un ataque de pánico en el avión. Si el viaje hubiera sido después del
11-S, posiblemente mi miedo habría incluido que creyeran que mi ataque era
parte de un acto terrorista. Quizá habría pensado que derribarían el avión. Lo
cómico es que el día del vuelo me desperté tranquilo, viajé muy sereno al
aeropuerto y me subí con mucha naturalidad al avión. No sentí ninguna molestia
durante el vuelo. Al llegar a California, salí a caminar con mis compañeros de
viaje. Estuve llamando con frecuencia a mi país, supuestamente para contarle a
la familia lo bonito que estaba todo. Lo cierto es que era para no sentirme tan
solo y perdido en esa nueva situación.
Unos amigos me invitaron a visitarlos a la ciudad de Los Ángeles y se
ofrecieron a llevarme. Al final no pudieron ir a recogerme y me vi obligado a
tomar un autobús. En lugar de disfrutar el viaje, me la pasé pensando qué
sucedería si mis amigos no estaban esperando o si me bajaba en la parada
equivocada. Me la pasé mortificando a la chofer recordándole que no se le
olvidara avisarme cuando llegáramos a 7th and Alameda (tanto se lo dije
que a la fecha recuerdo la dirección). Casi me da un patatús cuando llegamos a
la terminal ¡Seguramente ya habíamos pasado 7th and Alameda y la chofer
no me avisó nada! Resultó ser que la parada estaba en esa dirección.
Durante mi estadía en Los Ángeles la ansiedad me siguió molestando ¿Y si
no cambiaban los tiquetes para que en lugar de tener que tomar el vuelo de
regreso desde ahí había que irse otra vez para San Francisco? ¿Y si llevaba más
peso del permitido? No recuerdo qué otros miedos irracionales me invadieron y
que no solo me molestaron a mí, sino a otros. Lo que sí sé es que todo salió
bien. Al año siguiente volví a viajar. Ese sí fue un viaje de placer.
Es mi deseo, y pido la ayuda del Dios de mi entendimiento, no dejarme
llevar por las fantasías neuróticas que crea mi ego. Quiero tener una vida razonablemente
tranquila y feliz. No quiero que el viaje de la vida sea tan caótico como el
viaje que les relaté. Al menos los viajes turísticos se pueden volver a hacer,
el viaje de la vida no.
C.G.
C.G.
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