En estos días me he dado cuenta de que algunos conocidos míos han recibido severos regaños por diferentes motivos. No se los he dicho ni pienso decírselos, pero sé que las personas que los censuraron han cometido faltas muchísimo más graves que las que les reprocharon. No digo que no se deba llamar la atención a otro por una actitud incorrecta, lo que no me parece es ser tan poco comprensivo y hasta usarse uno mismo como modelo a seguir cuando ha incurrido en faltas mínimo iguales a las que despiertan su indignación. Al repasar mis faltas me doy cuenta de mis deficiencias y se me complica juzgar a otros usando criterios superficiales y una extrema severidad. Tendré que señalar las faltas y quizá hasta deba penalizarlas, pero no hay manera de que yo me sienta en un nivel moral superior a nadie. Me sería muy fácil creerme por encima de los demás y hasta caer en el autobombo si no practicara la autoconciencia ni la aceptación que me obligan a tomar una actitud más humilde frente a la vida.
Hay gente que tienen la idea de que soy buena persona y hasta me prodigan halagos que me parecen exagerados. Agradezco su amabilidad, aunque se están dejando llevar por una imagen. Consciente como soy de mis errores, sé que no merezco el adjetivo de bueno. Estoy en la lucha contra mis defectos de carácter igual que mis compañeros, quienes tratan de llevar una vida más plena limpiándose interiormente. Me siento contento de los progresos que he ido logrando, pero soy defectuoso y lo seguiré siendo hasta el fin de mis días. Debo tener mucho cuidado con la bestia interior con la que convivo y será mi compañera por largo tiempo. No lo veo tan mal considerando que para evitar caer en sus garras y poder seguir avanzando por el camino correcto —por lo menos la mayoría de las veces— entonces debo practicar la paciencia, la comprensión y el servicio. Una vez escuche la frase “la perfección es luchar contra la imperfección”. Esa sería la única perfección que podría aspirar.
Si el desagrado por mis imperfecciones me empuja a superarlas, entonces también tienen su valor porque me motivan a ser mejor. Bien decía Bill W., cofundador de A.A., que nada se desperdicia en la economía de Dios.
C.G.
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