Si hacer bien a otro nos hace avanzar hacia la realización humana, hacer daño tiene que producir el efecto contrario. Me reduzco como persona trayendo como consecuencia más egocentrismo y me vuelvo un imán de la desgracia. Algunos refutaran ambas ideas porque a simple vista pareciera que a los que dañan les va muy bien, y los que hacen bien la pasan difícil. Creo que hay que ver más allá de lo superficial y entender de otro modo el “que le vaya bien a uno.” Por lo que he visto, las consecuencias de nuestros actos, correctos o incorrectos, siempre traen consecuencias. Mi distorsionada forma de ver la vida me hizo dudar que lo que en general se ha llamado lo correcto y se ha pregonado desde hace siglos, era práctico. La dicha entendida como placer no parecía poder ser alcanzada sin hacer cosas inapropiadas y mucha gente estaba dispuesta a disculparlas y aceptarlas, por ser el precio para lograr el éxito.
Ya no me cabe duda que no se puede causar daño a otros, por más justificaciones que le ponga. Mi felicidad es la que está en juego y la vida siempre pasa la factura. En el plano espiritual no existe la impunidad.
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