Hasta ahora, cada vez
que se me pide trasmitir el mensaje, he sido enfático en el hecho de que aunque
el enfermo alcohólico ya no beba e incluso ya no esté o haya muerto, el daño
sigue dentro de nosotros. Igual que al alcohólico, el fantasma del alcoholismo
nos acecha. Igual que el alcohólico que no puede decir que está libre de su
condena, tampoco nosotros podemos decir que estamos libres de la nuestra y,
como ellos, lo que recibimos es una suspensión diaria de nuestra condena, a
condición de que estemos dispuestos a trabajar por esa libertad. Si bajamos la guardia,
estaremos en problemas.
Después de un terremoto hay que reconstruir. Los
daños no se arreglan por sí solos. Si no hacemos nada, el desastre se
mantendrá. Hay que salir de los escombros. El hecho de que el enfermo
alcohólico deje la bebida, no es garantía de que la basura neurótica que quedó
diseminada desaparezca. La recuperación de los que hemos sido afectados por el
alcoholismo, es un proceso que no está condicionado a si el enfermo está o no
activo. Esto porque el problema no es él: somos nosotros.
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