Uno de los recuerdos más
vívidos de mi niñez es cuando en la escuela celebramos el cumpleaños de una
compañera. Todo estuvo muy bien hasta que nos dieron un refresco que a mí no me
gustó. Alargué la mano para que se llevaran el jarro y me preguntó una de las
personas que nos atendían "¿Quieres más?" Impactado al verme
enfrentado a un adulto, a quien pensé iba a decepcionar al decirle no, mi miedo
contestó sí. Ahí aplicó el dicho "al que no quiere sopa, que le den dos
tazas".
El miedo es un gran obstáculo para la sinceridad. Sacrificamos la
verdad por el miedo de herir o ser heridos. Si bien es cierto hay que cuidar lo
que se dice y lo que no se dice (el anonimato nos ayuda mucho en eso), si debo
decirla entonces tengo que hacerlo. Mentir por complacer y que eso me lleve a
hacer lo que no quiero, aparte de traicionarme, hace que yo viva en una mentira
y tenga a los demás viviendo en el engaño. Eso va contra nuestros principios
espirituales. Los que seguimos el programa somos amantes de la realidad. La
necesitamos para vivir sanos.
Como parte de
nuestro inventario, podríamos preguntarnos a qué situaciones le estamos
diciendo sí cuando en realidad queremos decir no, y viceversa. Al descubrirlas,
entonces podemos pedir a nuestro Poder Superior el valor para cambiar las cosas
que sí podemos para salirnos de esas situaciones, fuente de una frustración y culpabilidad
permanentes. En mi caso lo hago porque ya no quiero volverme a beber el refresco
que no me gusta por quedar bien ante los demás, aunque quede mal delante de mí
mismo.
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