Antes de
entrar a Al-Anon sabía que no iba a encontrar muchos miembros hombres. En las
muchas charlas que escuché y que me motivaron a incorporarme a esa hermandad,
se hacía evidente que una abrumadora mayoría eran mujeres. Eso no me detuvo.
Para mí no era un obstáculo y sabía que lo más importante era mi recuperación
emocional. Verme entre tantas mujeres me recordó mi niñez. Se esperaba que los
hombres fueran indiferentes y distantes con los niños, así que generalmente
estaba acompañado de mujeres. Me sentí muy a gusto entre mis compañeras que
también habían probado la amargura de convivir con el alcoholismo, pero que
ahora estaban probando las mieles de la sanación por medio del crecimiento
interior que promueve el programa.
En algún momento recibí
críticas por interesarme en el tema del mejoramiento personal. Algunos
consideraban que era un asunto exclusivo para mujeres. La supuesta
invulnerabilidad masculina debía bastarme para que no me afectara nada. Lo
mejor no era ni buscar sanación sino reprimirme. Y si eso me volvía hosco,
egoísta, frío, mezquino e indiferente, pues mejor porque eso es lo que se
esperaba de un hombre. No me creí esas mentiras y solo por la gracia de Dios
encontré un lugar en el grupo que me ha dado tanto. Me siento muy contento de ser un Al-Anon.
C.G.
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