Unos días
atrás les contaba acerca de una de tantas madres desesperadas que llegó
buscando auxilio a nuestro grupo. Un tiempo después llegó otra persona
angustiadísima por una fuerte neurosis que la tenía presa de una obsesión
espantosa. Se rompió momentáneamente el protocolo de la reunión para que
pudiera, en medio de lágrimas muy amargas, hacer una catarsis que se notaba le
urgía. Necesitaba sacarse ese dolor que reconocía no podía irse de inmediato.
Al finalizar la reunión estaba serena, contenta, motivada y muy agradecida
¿Cómo? La identificación con los problemas de los demás afectados por el
alcoholismo fue la clave. Al compartirle nuestras experiencias y progresos
comprendió que no estaba sola y que la solución estaba al alcance de sus manos
porque el problema era ella. Todos le hablamos, pero las palabras clave
vinieron de una persona que había tenido sus mismas inquietudes y las había
logrado resolver con las herramientas que le dio la hermandad. Recuerdo también
cuando ella llegó. No parecía muy desesperada, aunque después supimos que sí lo
estaba. Ahora no solo ha encontrado la sanidad que tanto necesitaba, sino que
es capaz de compartirla. Le dio un punto de vista a la recién llegada que
no había considerado debido a su obstinación y necesidad de aprobación, pero
que fue determinante para que cambiara su actitud. Su problema se desvaneció
ante unas breves, pero muy sabias palabras. El conflicto interior cedió ante la
aceptación y eso le trajo la paz.
Ver el rostro iluminado de esa nueva compañera que salió no solo calmada sino
con una esperanza, me produjo ese gozo interior al que yo llamo felicidad. La
mano de Al-Anon otra vez proveyó la ayuda a quien se la solicitaba con
desesperación y un corazón dispuesto. Me llena presenciar y participar en esos
milagros cotidianos que suceden en nuestras reuniones. Apoyar a otros es el
modo más seguro de progresar espiritualmente y por ende de sentirse más pleno.
C.G.
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