lunes, 23 de marzo de 2015

La mano de Al-Anon

Unos días atrás les contaba acerca de una de tantas madres desesperadas que llegó buscando auxilio a nuestro grupo. Un tiempo después llegó otra persona angustiadísima por una fuerte neurosis que la tenía presa de una obsesión espantosa. Se rompió momentáneamente el protocolo de la reunión para que pudiera, en medio de lágrimas muy amargas, hacer una catarsis que se notaba le urgía. Necesitaba sacarse ese dolor que reconocía no podía irse de inmediato.

Al finalizar la reunión estaba serena, contenta, motivada y muy agradecida ¿Cómo? La identificación con los problemas de los demás afectados por el alcoholismo fue la clave. Al compartirle nuestras experiencias y progresos comprendió que no estaba sola y que la solución estaba al alcance de sus manos porque el problema era ella. Todos le hablamos, pero las palabras clave vinieron de una persona que había tenido sus mismas inquietudes y las había logrado resolver con las herramientas que le dio la hermandad. Recuerdo también cuando ella llegó. No parecía muy desesperada, aunque después supimos que sí lo estaba. Ahora no solo ha encontrado la sanidad que tanto necesitaba, sino que es capaz de compartirla.  Le dio un punto de vista a la recién llegada que no había considerado debido a su obstinación y necesidad de aprobación, pero que fue determinante para que cambiara su actitud. Su problema se desvaneció ante unas breves, pero muy sabias palabras. El conflicto interior cedió ante la aceptación y eso le trajo la paz.

Ver el rostro iluminado de esa nueva compañera que salió no solo calmada sino con una esperanza, me produjo ese gozo interior al que yo llamo felicidad. La mano de Al-Anon otra vez proveyó la ayuda a quien se la solicitaba con desesperación y un corazón dispuesto. Me llena presenciar y participar en esos milagros cotidianos que suceden en nuestras reuniones. Apoyar a otros es el modo más seguro de progresar espiritualmente y por ende de sentirse más pleno.

 C.G.

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