En una reunión reciente llegó otra madre desesperada a buscar la ayuda
de nuestra hermandad. No importa las veces que escuche la misma historia, nunca
deja de conmoverme. Sentí deseos de poder ofrecerle alivio instantáneo a ella y
sobriedad a su hijo. La historia de los hogares es la misma, aunque cambien los
personajes. En toda la trama está bañada de dolor, desesperación, impotencia e
ira. Se pierde el sano juicio, la dignidad, la autoestima, todos los dones con
los que hemos sido dotados van quedando perdidos en medio de un torbellino de
locura.
Todos le expresamos nuestro apoyo a esa madre
que, como muchas, también está intentando inútilmente salvar a su hijo de la
adicción. Iba a hablarle del desprendimiento emocional, pero preferí abstenerme.
No es un concepto fácil de digerir para los recién llegados, quiénes en su mayoría
tienen la concepción errónea que amar es depender y que responsabilidad es
asumir las responsabilidades de los otros. Poco a poco, dependiendo de su
disposición, irá recibiendo la luz que le haga comprender que ella no puede
controlar ni curar una adicción. Lo que sí puede es sanarse ella y eso influirá
también positivamente en los que le rodean, incluyendo a su hijo.
Si bien es cierto duele ver a madres llegar
cargadas de sufrimiento y problemas derivados de la pesadísima carga de las
adicciones, no deja de alegrarme ver el amor con que son recibidas, el apoyo
que se les manifiesta y la esperanza que se les da de que las cosas pueden
mejorar. No puedo darle a ella la sanidad, pero puedo extenderle la mano
de Al-Anon para que a través de las herramientas que brinda la hermandad
encuentre serenidad, valor y sabiduría. La sanidad le vendrá por añadidura.
C.G.
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