miércoles, 25 de marzo de 2015

Mata a tus consentidos

En una discusión —no debí entrar en ella, pero al menos no le di largas— con un profesional de la salud mental, este me decía que la felicidad era relativa y que cada uno la encontraba viviendo a su modo o más específicamente, gozando la vida como le pareciera. Me daba ejemplos como que un violador es feliz violando, que Hitler fue feliz matando judíos y que Nerón experimentó felicidad viendo a Roma arder. Luego dijo que practicar cosas que nos hacen felices, entre ellas citó la infidelidad y la promiscuidad, no nos enferman emocionalmente y que parte de su propia felicidad radicaba en hacer cosas que no eran correctas. Es obvio que no conocía sobre el Programa. No hacer las cosas a nuestro modo sino a la luz de los principios espirituales universales es lo que ha sanado emocionalmente, y por lo tanto hecho felices, a millones que han tenido la buena voluntad de someterse a él. Han sido capaces anteponer los principios sus criterios e impulsos.

Seguramente ya se habrán dado cuenta de que mi interlocutor a lo que se refería era al placer. Como él muchas personas confunden los términos placer y felicidad. Ambos no son sinónimos. Es ingenuo creer que porque algo me produce placer necesariamente me hace feliz. ¡Que lo digan los miles que se casaron con la pareja que los iba a "hacer felices", porque se divertían mucho juntos cuando novios, y ahora se sienten frustrados! ¡O los que creyeron que al lograr fortuna y fama para satisfacer sus caprichos alcanzarían la felicidad, pero terminaron más vacíos! Desde luego no estoy en contra del placer mientras sea responsable y no entorpezca nuestro crecimiento espiritual. Pero a raíz de esa discusión, aumentó mi convencimiento que, aunque se ha propuesto el desarrollo de algunos defectos de carácter como fórmula para alcanzar la felicidad, la fuente de la verdadera felicidad está en sujetar nuestra conducta a los dictados de una ética y moral superiores. Lo demuestra que si seguimos el sentido del bien que está dentro de todo hombre, alcanzamos esa plenitud que es la genuina felicidad. Lo veo todo el tiempo en
Al-Anon. La otra propuesta que se ha vuelto muy popular, no ha tenido mucho éxito porque la gente no es más feliz sino lo contrario.

El escritor William Faulkner decía "Al escribir, debes matar a tus consentidos". Quería decir que, aunque el escritor tuviera elementos favoritos para usar en su redacción, podrían no ser convenientes porque iban a disminuir la calidad de sus escritos. Nosotros también tenemos que matar a nuestros consentidos defectos de carácter que, aunque nos produzcan un placer morboso, atentan contra nuestra calidad de vida. Lo que no sirve, que no estorbe. A diferencia de lo que decía mi oponente, creo que el hedonismo (una búsqueda constante de placeres), es infantil y dañino porque alimenta a nuestros consentidos. Para ser hombres y mujeres plenos, no hay que buscar lo que nos gusta sino lo que nos conviene. Al rato lo que nos conviene es lo que nos gusta y si no nos gustaba, como me ha pasado, termina gustándonos.

C.G.

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