Por largo tiempo me relegué de mi propia
vida para dejar que las cosas sucedieran sin mi intervención. No creía en mis
capacidades (se suponía que era un inútil) así que no pensé poder hacer
mucho con ella. Entonces que otros se encargaran de mí. Por un lado era
cómodo no tomar responsabilidad de mi vida. Por otro ser un mequetrefe
emocional equivalía a dolor y esclavitud. Había que crecer.
Empecé a ajustar las velas para poder dirigirme a mejores destinos
a los que mi indiferencia me estaba llevando. Ya no es válido decir "es mi
mala suerte". Mi nueva conciencia me deja ver mi cuota de responsabilidad
en los fallos y aceptar la culpa que en otra época hubiera sido muy confortable
achacarla a alguien o algo. Disfruto de los aciertos, que han sido muchos y muy
grandes, que vinieron a demostrar que no era un inútil después de todo. No
tenía que pasarme la vida esperando a ver qué sucedía, ¡podía hacer que las
cosas sucedieran!
Para seres devaluados, empoderarse se ve como un sueño lejano. No
creemos tener lo que se necesita para cambiar. Pensamos que eso no es para
nosotros y permanecemos cautivos de la resignación fantaseando sobre lo buena
que sería la vida “si tan solo yo hiciera esto o aquello… pero no puedo”. Esa
forma de pensar debe desecharse. Todas las personas tenemos un enorme potencial.
Muchas maravillas nos aguardan si bajo la tutela del Dios de nuestro
entendimiento, nos arriesgamos a hacer lo que creíamos que nunca podríamos
hacer.
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