miércoles, 31 de mayo de 2017

Valor




Valor: Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros.

Arrostrar:
1. Hacer cara, resistir, sin dar muestras de cobardía, a las calamidades o peligros.
2. Sufrir o tolerar a alguien o algo desagradable.
3. Atreverse, arrojarse a batallar rostro a rostro con el contrario.

En la Oración de la Serenidad pedimos serenidad, valor y sabiduría. El valor no es lo mismo que serenidad. Quiero iniciar con esta aclaración porque mucha gente cree que valor es ausencia de miedo, pero no es así. Es la disposición para enfrentar el miedo e intentar animosamente alcanzar metas. El miedo nos paraliza, nos hace vulnerables, manipulables y nos impulsa a huir. El valor impide esos efectos sobre nosotros. Esos efectos querrán apoderarse de nosotros   y la sensación desagradable de miedo persistirá pero  al menos podremos enfrentarla firmemente. Como decía el General George Patton, “el valor es aguantar el miedo un minuto más”. A medida que practicamos el valor frente a una situación que nos produce temor, lograremos afrontarla serenamente. El valor ya no será necesario porque no nos produce miedo.

El miedo es un aliado cuando enfrentamos un peligro real, de lo contrario atenta contra nuestro desarrollo personal. Por ejemplo está bien sentir miedo cuando somos atacados por una animal o tiembla, pero no cuando queremos poner un límite o pedir algo. Desde que me acuerdo, me he dejado dominar por el miedo. Como decía al inicio, el problema no era el miedo en sí, sino no tener el valor para combatirlo. Posiblemente, por lo que me cuentan, mis primeras sensaciones de miedo y muy intenso, fueron antes de nacer. Mi familia por supuesto era disfuncional y las agresiones y la zozobra estaban a la orden del día. También había gente que gozaba con asustarme. El miedo me gobernaba al punto de sentir temor de hacer cosas muy comunes para los demás niños. Le concedí tal poder que me costaba enfrentar cosas muy sencillas. La huida se convirtió en mi forma de afrontar la vida. No quería encarar las cosas. Que otros se encargaran. Así les di autorización de gobernar mi vida a otras personas. Hasta les concedí permiso de pisotearme.

Nos invaden muchos miedos. Miedo a no tener suficiente dinero, a quedarnos solos, a perder nuestra fuente de placer, a no tener razón, al castigo,  a perder nuestra posición social, a no tener la aceptación y aprobación de los otros, a que las cosas no salgan cómo queremos, a perder nuestro control sobre los demás, a la crítica, a la burla, al futuro, a perder nuestra comodidad,  a enfermarnos, a que los demás no hagan lo que esperamos. La lista es grande. Muchas de nuestras acciones están gobernadas por el miedo. A veces pienso que al mundo lo mueve el miedo.

La página ochenta y cuatro de Un día a la vez nos habla de que tenemos herramientas para obtener el valor. Nos habla de la asistencia a las reuniones y la literatura. También nos habla del Poder Superior que hemos adoptado. Si de verdad lo concebimos como un poder superior en todo sentido y que está de nuestra parte, y estamos dispuestos a aceptar su ayuda, eso nos dará el valor necesario para afrontar y vencer ese miedo neurótico. Al final de la página viene una frase que nos dice que aunque sintamos miedo, sabemos que contamos con un buen respaldo que nos permitirá salir avante.

La página ciento diecinueve de Un día a la vez nos sugiere que puede que vivamos con mucho miedo porque no vemos los aspectos positivos de nuestra vida. Nos sentimos amenazados porque solo vemos tinieblas. Así no se puede lograr la fortaleza interior plantarle cara al miedo. No es que se nos sugiera ignorar nuestros problemas pero sí no mantener fijos nuestros ojos en ellos Nos sugiere ver los aspectos positivos de nuestra existencia. Si tenemos generamos esperanza y positivismo será más fácil alcanzar el valor cuando lo necesitemos ¿Cómo voy a encarar el miedo si de antemano voy esperando lo peor?

La página ciento cincuenta y siete de Un día a la vez nos habla de la gran necesidad que tenemos de valor no solo para enfrentar el alcoholismo de otra persona, sino todo. Nos anima a pedir la dirección para obtenerlo aunque aclara que no basta pedirla, sino estar dispuesto a seguirla. En otras palabras, hay que ser obediente. El valor no surge como arte de magia. Como vimos al principio, es necesario utilizar las herramientas del Programa. Esa seguridad interna que queremos se va cultivando con la ayuda del Dios de nuestro entendimiento.

Sin valor no se puede crecer. Nuestro programa se basa en el cambio así que es fundamental el valor para cambiar. Si no se tiene valor se seguirá estando a merced de las personas y las circunstancias. Para romper con los patrones aprendidos que solo nos sirven de lastre, se requiere atreverse a probar nuevas fórmulas. Lo nuevo nos asusta aunque sea beneficioso. Se necesita de esa disposición del ánimo para progresar. Lo desconocido produce temor por lo que probar cosas nuevas puede que no resulte sencillo pero, ¿cómo voy a obtener un resultado diferente si sigo haciendo lo mismo?

Cuando quiero  iniciar un cambio generalmente mi reacción es posponer. Estoy predispuesto a reaccionar más que a razonar. En ese momento le pido a mi Poder Superior su guía y el valor para cambiar las cosas que sí puedo. Adquirir consciencia y aceptar que puedo manejar la situación  (muchas veces el monstruo solo existe o es inmanejable en mi mente) me ayuda a resolverme para no retroceder. Luego acciono, lentamente si es necesario.  En mi caso al valor, lo expresaría como una ecuación:

V = P + E

VALOR = PENSAR + ENFRENTAR

Quizá de primera entrada mi actitud no sea natural porque estoy frente a una situación nueva, pero sé que con la práctica puedo ir mejorando. Lo importante es mi disposición de dar ese primer paso, que es el que todos más tememos dar. 

Escucho muy a menudo la frase "quisiera ser diferente". La manera de ser diferente es actuar diferente. No he encontrado otro método. Si quiero perder el miedo a hablar en público, tengo que hablar en público para fortalecer la confianza en mí mismo. Si quiero dejar de ser controlador, tengo que refrenar mis deseos de que los demás hagan lo que quiero y soltar las riendas. Para ser una persona de fe, debo de dejar de escuchar al miedo. Si no quiero seguir llegando tarde al trabajo, tengo que levantarme más temprano. Si mi deseo no va acompañado de acción nunca se hará realidad, como nunca se hará realidad un edificio si solo hago el plano y no lo construyo. 

Ante el reto de reinventarme surgen las excusas como "yo no sirvo para eso", "después me animo" o "estoy muy viejo para cambiar". Insisto en que el Paso Siete es considerado uno de los pasos olvidados porque implica trabajar con un Poder Superior para adquirir nuevos comportamientos y preferimos pasar por alto ese desafío. ¿Cuál es el resultado de este paso? Pues ni más ni menos que adquirir la gobernabilidad de nuestra vida y las capacidades que admitimos no tener en el Primer Paso. 

Si no intento cambiar, el programa nada más será una excusa para engañarme creyendo que de verdad quiero cambiar porque "estoy metido en un programa de recuperación". El Programa no se trata de buenas intenciones, sino de acciones. El valor no viene solo de desearlo sino de trabajar por él. Así también sucede con las demás virtudes. Recordemos que acción es la palabra mágica.