lunes, 28 de diciembre de 2015

Encarando el dolor


Se dice que una persona es estoica cuando es fuerte ante el dolor. El estoicismo es algo que he ido logrando adquirir en el programa. En lugar de dejarme consumir por el dolor y buscar la lástima de los demás o castigarlos por mi frustración, lo que he aprendido es a manejarlo inteligentemente y mi tolerancia frente a él es mayor. No soy inmune al dolor y sé que de vez en cuando tendré que enfrentarlo. Al-Anon no me promete una vida perfectamente feliz, pero me da las herramientas para enfrentar la inevitable adversidad. Entonces el sufrimiento ya no es un destino inexorable, sino algo opcional que dependerá de mi capacidad para hacerle frente usando principios espirituales.

Si he de sentir dolor, no buscaré aliviarlo trasmitiéndolo a otro. Herir a otra persona no calmará mi pesar. Tampoco lo hará el que ande con una cara larga o el que le cuente a todo el que me encuentre en el camino mi triste historia. Una mejor solución es volverme a mi Poder Superior y a la hermandad quienes, además de comprenderme, sí pueden darme un consuelo y guía efectivos. 

Una alta tolerancia al dolor es cada vez más rara de encontrar y por ende hay mucha frustración por doquier. Muchas personas se han vuelto presa fácil del raquitismo emocional. Ante la imposibilidad de asegurar que todo siempre saldrá de acuerdo a nuestros deseos, la mejor alternativa es aprender a aceptar lo que no podemos cambiar y sobreponerse al dolor.  De esa manera, el dolor lejos de volverse un enemigo nos fortalece y mejora como personas. Ese dolor se convertirá en vehículo para llevar alivio a otros.
 
C.G.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Dando es cómo recibimos

Me costó bastante entender y aceptar enteramente la Oración de la Paz que he visto en varios grupos de Doce Pasos. La conocía desde mucho tiempo atrás y no terminaba de comprender en qué me podían beneficiar las tres renuncias que contiene: “Que no busque tanto ser consolado sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, sino amar”. Me sonaban radicales y en cierto modo injustas ¿No deberían consolarme, comprenderme y amarme? Hasta que entendí la filosofía del programa entendí esa oración y su relación con nuestro programa.

Mi excesiva preocupación por mí mismo me daña y dar amor me sana. La forma correcta espiritualmente hablando de nutrirse y madurar, era dando de mí.  Al yo que estaba renunciando no era a mi yo espiritual sino al falso, al infantil, al susceptible y egocéntrico que debí superar al crecer. Pero ahí se quedó y lejos de disminuirlo lo fortalecí. Crecí en una sociedad enferma que me animaba a hacerlo. Veo para atrás, y siento que me vendieron una mentira que me ha salido muy cara. Como dije hace poco en un grupo, me siento estafado. Me estimularon para desarrollar al niño malcriado en mí que estaba feliz de verse rodeado de tantos mimos. Mi yo espiritual estaba desatendido. Lo que hacía por ocuparme de él era insuficiente.

Hoy comprendo que muy por el contrario de lo que pensaba, la Oración de la Paz es una oración muy beneficiosa. Mi felicidad es directamente proporcional a mi esfuerzo por romper mi egocentrismo y al bien que doy. Me era difícil de asimilar por mi falta de formación en el amor. Dar para recibir no encajaba en mi arraigada ideología de que mi realización personal dependía de la completa satisfacción de mis deseos. Por la gracia de Dios, he dejado de ver al amor como un trueque. No quiero pensar en mí como un comerciante, sino como una fuente de la que todos pueden beber sin tener que llenar ningún requisito.

C.G.

domingo, 6 de diciembre de 2015

"Lo que tú quieras, Señor."

Cuando hablamos de la voluntad de Dios en los grupos, siempre me refiero a una reflexión de fin de año que acá en Costa Rica es muy conocida y se escucha en diferentes medios desde hace muchos años. Esa reflexión me parecía que iba a bien hasta la parte donde dice "¿Qué me traerá el año que empieza? Lo que tú quieras, Señor". Me sonaba ilógico. Toda la vida se me había enseñado a pedir cosas específicas a Dios, así que cómo iba dejar que me diera lo que quisiera ¿Y si me daba algo que no quería o pasaba por alto algo que yo estaba seguro que necesitaba? Y otra parte que me chocaba es donde dice “que me halle siempre dispuesto a hacer tu santa voluntad”. Mi relación con Dios se limitaba a lograr que él hiciera mi voluntad y para conseguirlo tenía que ofrecerle algo que le gustara. Hasta llegué a echar mano de métodos para obligarlo a obedecerme a corto plazo. Someterme a su voluntad no era lo que se me enseñó, al menos no con el ejemplo.

A la vuelta de tantos años he aceptado que esa reflexión es cierta. Cuando Dios dejó de ser un Poder Inferior para convertirse en un Poder Superior, cuando comprendí que ese Poder Superior es precisamente superior a mí porque entre otras cosas sabe lo me conviene, entonces esos deseos dejaron de parecerme absurdos y hasta peligrosos. Peligrosos porque desde mi perspectiva distorsionada, Dios podía cometer un descuido que me iba a traer infortunios. Por eso no solo en estas fechas, sino durante cada día el año y hasta varias veces al día, desde que entendí con profundidad el Tercer y Undécimo Paso, al tratar de determinar qué es lo mejor para mi vida digo ¡Lo que tú quieras, Señor! 

C.G.