
Igual que como el alcohólico no es consciente de su propio problema, los que convivimos o hemos convivido con él tampoco somos conscientes del nuestro. Andamos con las heridas abiertas infligiendo a su vez heridas a otra gente. Llevamos dentro un enemigo astuto que nos hace creer que no existe y así puede actuar impunemente. De esa manera se asegura de pasar su terrible herencia de generación a generación. Saca lo peor de nosotros lo que lógicamente nos impide cumplir nuestro destino en el mundo que es dar lo mejor. Eso nos priva de ser felices —nuestras acciones positivas son las que producen felicidad— hundiéndonos en una frustración continua. Mucha gente morirá sin haber vivido debido a una triste carga que nunca supo llevaba sobre sus hombros.
Me entusiasma ver que hay iniciativas para llamar a las personas a la reflexión sobre sus propias vidas, para considerar las inevitables distorsiones que la convivencia actual o pasada en un hogar alcohólico han causado en su ser. Deseo que muchas se decidan por buscar sanación, yo recomiendo hacerlo en las salas de Al-Anon, para que puedan vivir mejor y dejar de contribuir con algo que odiaron.
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