
No voy a negar que sentí ira, pero ese mismo día tuve junta y aproveché para expresar mi enojo junto con mi deseo de perdonarlo. Me ayudó recordar su dolor interno, que cargaba desde niño por ser hijo de una madre torturadora física y psicológicamente y un padre abusador de menores, que dentro de sus víctimas se encontraba su propia prole. Ese día, en el momento preciso del hecho, él llevaba de paseo a su hermano menor que había nacido en una ambulancia frente a su casa porque su madre ocultó el embarazo cuanto pudo. Ya lo había hecho en otras ocasiones, pero esa vez no tuvo tiempo de llegar al hospital y dio a luz delante de todos los vecinos. No aceptaba sus embarazos y confesó, por lo menos una vez, haberse tratado de provocar un aborto golpeándose el abdomen. ¿No era mi agresor digno de compasión?
El papá de ese familiar, pese a su historial de corrupción, era policía y estaba protegido por la delegación a la que pertenecía, lo que empeoraba las cosas. La solución nos llegó del Cielo. Un policía de otra zona y su amiga abogada, nos tendieron una mano. Los agresores se mantuvieron a raya hasta que también con la ayuda de Dios, nos fuimos a residir a un lugar muchísimo mejor.
He tenido que enfrentar provocaciones. He sentido el deseo de lanzarme con ira a agredir con palabras y hechos a mis agresores. Con la ayuda de Dios he podido contenerme y tomar acciones más inteligentes y efectivas. La tentación de combatir fuego con fuego es muy grande. Al-Anon nos enseña que hay otra salida. No tenemos ni debemos quedarnos de brazos cruzados frente a la agresión. No podemos caer en el juego neurótico de un agresor, por eso pensamos, modulamos nuestras emociones y luego accionamos adecuadamente. Así no nos dañamos y resolvemos el problema juiciosamente. Pensamos, no reaccionamos. Nos defendemos con la habilidad emocional que nos da el programa.
C.G.
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