
Me dispuse a adoptar la fantasía
como modo de vida sin importar el precio. En el escenario de la vida lo
importante era complacer al público. Viví la mentira por largo tiempo hasta que
el maquillaje y los disfraces empezaron a dañarme. La norma social "lo que
cuenta son las apariencias" no estaba funcionando, porque complacía a
todos menos a mí.
Mi esencia natural que era la que debía dejar moverse
libremente, se estaba asfixiando debajo de toda aquella farsa. Para el
desencanto de mi exigente público, preferí aceptar y vivir mi realidad. Eso era
lo que necesitaba. Mi propósito no era ser un personaje acartonado, sino
ser yo mismo. El único guión al que tenía que atenerme para vivir a plenitud
era el de los principios espirituales que encontré en el Programa.
Al final
resultó que no era necesario que representara ningún personaje ideal, producto del
ego. Nada más había que dejar fluir y
potenciar todo lo bueno que mi Poder Superior desde un principio había puesto
en mí.
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