viernes, 10 de abril de 2015

Sin máscaras

Una expresión que oí mucho dentro del grupo donde me inicié era que había que ser brutalmente honesto. Muchos la usaban como preámbulo para sus catarsis. Siempre había escuchado que la honestidad era algo muy valioso y que toda persona debería practicarla. Creo que fue hasta que entré al Programa comprendí totalmente su importancia. No se trataba solo de seguir una norma social o de cumplir un requisito para irme al Cielo, sino de vivir libre. Atarse a la mentira complica la vida. Había que ser honesto para vivir bien y tenía  que empezar siendo honesto conmigo.

Escribiendo sobre este tema se me vino a la mente la película El vuelo, que trata del problema de las adicciones. Me gustó muchísimo. Fue una grata sorpresa que se le diera tanta relevancia a nuestro programa y me entusiasmó la idea de que mucha gente se acercara a él gracias por la presentación tan atractiva que le hicieron. Pero lo que más atrajo mi atención fue cuando el personaje principal se derrotó y admitió que ya no podía seguir mintiendo. Decidió ser brutalmente honesto. Las implicaciones judiciales de decir la verdad fueron graves, pero las espirituales lo llevaron a su tan anhelada libertad. Aceptar su realidad rompió las cadenas.

No es sencillo llevar una vida reflexiva y de honesta autoevaluación después de pasar tanto tiempo dejándose llevar por reacciones emocionales. Considerar los verdaderos motivos que hay detrás  de nuestras acciones puede parecer extenuante cuando se ha vivido imprudente y desconsideradamente. Aun así hay que intentarlo. Si el orgullo es el que nos ha traído tantas desgracias entonces su opuesto, la humildad, vivir en la verdad, la honestidad, es lo que nos librará  de ellas.
 
C.G.

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