miércoles, 8 de abril de 2015

Tratar sinceramente

Hacerlo todo sin error era una de mis obsesiones, principalmente en mi niñez y adolescencia. El problema no era el deseo de hacer bien las cosas, sino hacerlo para evitar la culpabilidad que experimentaba al no lograrlo, una probabilidad siempre muy presente porque no soy perfecto ni todas las condiciones iban a darse para que todo saliera como yo planeaba. Mis expectativas de mí mismo eran altísimas. El miedo a fracasar, o mejor dicho el miedo al castigo por fracasar, me impulsaba a un perfeccionismo inalcanzable. Una falla me hacía sentirme miserable y el deseo de perseverar se desvanecía ¡Qué paradoja! El deseo de ser un bueno para todo me estaba llevando a convertirme en un bueno para nada.

Sigo creyendo que hay que hacer todo de la mejor manera posible y trato que mis esfuerzos sean sinceros para lograrlo. Pero ahora soy consciente de que siempre existe un margen para el error y si ocurre, aunque sienta algo de desaliento, al menos no voy a sentirme un completo fracasado ni dejaré de intentar. El error será parte de mi aprendizaje y me servirá para hacer mejor las cosas después. No creo que podamos escapar del proceso prueba-error que parece ser una constante de la vida, pero sí de la culpabilidad. Mi caminar será siempre tambaleante, pero al menos marcharé resuelto, constante y tranquilo hacia la recuperación. Es mejor un imperfecto que avanza que un perfecto que se queda tirado en el camino.

C.G.

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