lunes, 5 de enero de 2015

A Dios rogando y con el mazo dando



Escuché que la segunda fuerza que mueve al hombre es la pereza. No me sorprende. La pereza es uno de los defectos de carácter que más escucho domina a las personas y yo me incluyo. 

Mi actual padrino, sin saberlo, me puso a enfrentar mi pereza. Desde el primer día que nos reunimos para conocernos, quedamos de acuerdo en que llegaría los sábados muy de mañana y puntualmente en cierto lugar. Levantarme temprano un sábado no me hizo nada de gracia. 

El proceso de apadrinamiento se hizo largo y continuo por lo que fueron muchos y seguidos los sábados en que tuve que levantarme temprano. Pero tenía que hacer un sacrificio o sea convertir ese tiempo en la cama, en que generalmente pasaba angustiado, en una cosa mejor: mi recuperación.  

Me hubiera gustado que recuperarme de esa caída tan fuerte que tuve no hubiera implicado ningún esfuerzo. Me hubiera gustado que mi Poder Superior hubiera hecho todo mientras yo seguía tirado en mi cama. Lo que yo no sabía es que cuando le pedía que me quitara mis defectos, lo que estaba era comprometiéndome con él en un proceso de cambio al que yo sería sometido y requeriría de mi disposición y trabajo. Mi Poder Superior me dio el valor para cambiar las cosas que sí puedo. Me dio lo que necesitaba para cumplir mi parte y él hizo la suya. 

He ido aprendiendo que cuando entrego algo en manos de mi Poder Superior, agrego la frase "dime qué debo de hacer". Sé que me pondrá a accionar y que a diferencia de cuando lo hacía antes sin su ayuda, mis esfuerzos irán bien encaminados.

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