Escuché que la segunda fuerza que mueve al hombre es la pereza. No me
sorprende. La pereza es uno de los defectos de carácter que más escucho domina
a las personas y yo me incluyo.
Mi actual padrino, sin saberlo, me puso a
enfrentar mi pereza. Desde el primer día que nos reunimos para conocernos,
quedamos de acuerdo en que llegaría los sábados muy de mañana y puntualmente en
cierto lugar. Levantarme temprano un sábado no me hizo nada de gracia.
El proceso
de apadrinamiento se hizo largo y continuo por lo que fueron muchos y seguidos
los sábados en que tuve que levantarme temprano. Pero tenía que hacer un
sacrificio o sea convertir ese tiempo en la cama, en que generalmente pasaba
angustiado, en una cosa mejor: mi recuperación.
Me hubiera gustado que
recuperarme de esa caída tan fuerte que tuve no hubiera implicado ningún
esfuerzo. Me hubiera gustado que mi Poder Superior hubiera hecho todo mientras
yo seguía tirado en mi cama. Lo que yo no sabía es que cuando le pedía que me
quitara mis defectos, lo que estaba era comprometiéndome con él en un proceso
de cambio al que yo sería sometido y requeriría de mi disposición y trabajo. Mi
Poder Superior me dio el valor para cambiar las cosas que sí puedo. Me dio lo
que necesitaba para cumplir mi parte y él hizo la suya.
He ido aprendiendo que
cuando entrego algo en manos de mi Poder Superior, agrego la frase "dime
qué debo de hacer". Sé que me pondrá a accionar y que a diferencia de
cuando lo hacía antes sin su ayuda, mis esfuerzos irán bien encaminados.
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