No importa lo difícil
que se vea una situación, mantengo la esperanza. Antes no la tenía. Era
prisionero del pesimismo porque no veía todas las alternativas que estaban a mi
disposición para salir avante. No tenía confianza en Dios y tampoco podía
esperar su ayuda ya que no me entregaba en sus manos ni estaba dispuesto a
obedecerle. Me las tenía que arreglar por mi cuenta, algo no muy alentador
considerando lo limitado que soy y mis pobres bases espirituales de aquel
entonces. La vida lucía amenazadora.
No espero que todo
salga como yo quiero, sino que saldrá de la mejor manera. La posibilidad de que
vendrá lo mejor siempre está presente, si sigo los principios que he aprendido.
Mi esperanza no es una esperanza pasiva sino activa. La práctica del Programa
siempre traerá algo bueno. Con esa seguridad puedo abrazar un optimismo que me
da paz en medio de las dificultades. Ahora igual que antes se presentan
situaciones que no quiero, la diferencia es que ya no me entrego al abatimiento
y echo mano de las herramientas que se me han dado para contrarrestarlo.
Uno de mis autores
favoritos escribió que usando un avión y siguiendo los principios de
aeronáutica, se puede atravesar una tormenta y reencontrarse sobre ella con el
sol y la tranquilidad. Así también con los principios espirituales podemos
atravesar las contrariedades para hallar la paz. Seguro de esto puedo estar
esperanzado de que los obstáculos serán conquistados y los vientos turbios
pasarán.
C.G.
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