Una secuencia de desastres. Así defino los resultados de mis acciones cuando las hice a mi manera. ¿Qué se podía esperar de una mente enferma? Necesitaba una orientación superior. Creí que la tenía en Dios mas no la escuchaba. Mi creencia en él no era coherente con mis actitudes. ¿Qué utilidad tiene una brújula si no la consulto o lo hago pero la ignoro? El Norte está donde debe estar, no donde se me antoje.
Después de vivir prolongadamente en la rebeldía, no resulta fácil someterse a la tutela de un Poder Superior. Prevalece el deseo de dejarme llevar por mis percepciones distorsionadas. El orgullo me quiere hacer creer que son correctas. El recuerdo de mis fracasos me hace reconsiderarlas detenidamente. Mi voluntad debe subordinarse a la fuente de sano juicio que he elegido. Dios, como yo lo concibo, tiene una visión muy superior a la mía. Vuelvo al tema de la coherencia. Si no actúo de acuerdo a lo que creo entonces no lo creo del todo. Lo mejor es que deje de balancearme en el borde del precipicio. No puedo arriesgarme a otra recaída. Dios conoce el rumbo, por lo que no hay lugar para las vacilaciones. Hago a un lado mis dudas para actuar conforme a la decisión que tomé en el Tercer Paso. Doy el paso de fe y exclamo ¡Guíame Dios! ¡Hágase tu voluntad y no la mía! ¡Estoy receptivo a tus indicaciones!
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