La vida es
impredecible. De repente aparece una situación que me despierta alguna fuerte
emoción, desagradable o agradable, que quiere tomar el control. La impulsividad
pasa por encima de la razón para hacerme actuar imprudentemente. Mi
personalidad enferma quiere imponerse a los sanos principios que me han
enseñado en mi grupo. Me hallo atrapado en un torbellino emocional. El
desequilibrio es casi seguro. Luego un brillo de lucidez me detiene. Ya no
estoy tan seguro de seguir mi curso de acción. Una palabra resuena en mi mente:
"Piensa". Todavía exaltado por la emoción, se abren paso otros
pensamientos para sostenerme que van cobrando cada vez más fuerza:
"Soy ingobernable", "Solo un Poder Superior puede
devolverme el sano juicio", "Anteponer los principios".
En esos
instantes caóticos el recuerdo de mi Poder Superior se tiende a opacar, aun
así, procuro pensar en su poder y sabiduría. Mi reacción que parecía inminente
empieza a perder fuerza. Hago una oración mental muy simple: “Ayúdame”. La
serenidad se va imponiendo lentamente sobre la emoción que no cede en su
determinación de dominarme. La oración se hace un poco más larga. "Dios,
guíame. Concédeme el valor, serenidad y sabiduría necesarios en este momento.
Ayúdame a hacer lo correcto." Ya sereno y dispuesto a seguir la guía
de mi Poder Superior, podré tomar un buen curso de acción que podría ser
incluso el que tenía en mente o uno completamente distinto.
Los dos
primeros pasos dejan en claro nuestra incapacidad para arreglárnoslas por
nosotros mismos. Aun así, el reconocimiento de nuestra falibilidad e impotencia
no es algo para desanimarnos, ni mucho menos para convertirse en
una excusa para estancarnos en la resignación. Somos incapaces, pero
contamos con ayuda. Creer en un Poder Superior que nos apoya es básico. Debe
ser un sostén, un bastión, una guía, una fuente de sanidad. Sin él
tendríamos que buscar todo eso en nosotros mismos que ya hemos demostrado ser
muy limitados, por lo que una recuperación no sería posible.
Dios como lo
concibo ahora es mi mejor amigo. Lo siento cercano, siempre dispuesto a apoyar
mi crecimiento y tan poderoso que vivo confiado al amparo de su supremacía
sobre quién y lo que sea.
C.G.
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