Hubo una época en
que me sentía tan autosuficiente que nunca me pasó por la cabeza pedir la
asistencia de mi Poder Superior. Quería cumplir con mi voluntad y en mi
arrogancia, creía que siempre iba a concordar con su voluntad. Especialmente lo
ignoraba para las pequeñas decisiones porque creía que mi sentido común era
suficiente. Olvidaba que existe un efecto mariposa y que esas pequeñeces
producen grandes efectos. También puede ser que yo las viera pequeñas y no lo
fueran. Luego desarrollé un fuerte resentimiento contra él, al punto que lo
veía como un poder inferior ¿Qué me iba a importar su opinión para cualquier
asunto si lo percibía como impotente y no parecía importarle que el mundo y,
peor, mi vida fuera un desastre?
Esa arrogancia me metió en muchos
problemas, aunque ese Poder Superior demostró que podía sacar algo bueno de
tanta calamidad si se lo permitía. Pude haberme economizado mucho dolor si
hubiera adoptado una actitud más humilde. Necesito la guía del Dios de mi
entendimiento. Sabiendo que soy ingobernable y revisando la enorme lista de
incapacidades que me dejó el Primer Paso, lista que sigue creciendo, debo
recurrir a una fuente segura de sano juicio. Dicen que es peligroso hacer las
cosas espirituales solos, dada nuestra tendencia a auto engañarnos. Por eso no
me fío de mí. Puedo buscar apoyo en la conciencia del grupo, en mi padrino o en
un miembro del grupo para evitar engañarme.
Tengo que mantenerme atento a la voz
de Dios que puede dejarse oír en la literatura, en alguna persona, en un
programa de radio y en tantas otras cosas que ni siquiera se me ocurren porque
es muy creativo. Debo tener una mente receptiva y la total disposición de
acatar su guía porque si no, volveré a ser víctima de mi obstinación.
C.G.
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