El ambiente caótico del hogar
disfuncional del cual provengo, propició el que me acostumbrara a ser la
víctima. El pesimismo se había apoderado de mí ¡Todos estaban en contra mía! ¡Y
yo era tan bueno! Sufría, pero no hacía nada por enfrentar las
situaciones.
Me conformaba con llegar a llorar en el
hombro de otros y esperar una solución de su parte. Esa malsana comodidad
contribuía a mantenerme en el papel de mártir. Hubo veces en que no solo me
conmiseraba, sino que hacía berrinches. Quería que los demás se dieran cuenta
de que me pasaba algo y ganarme su atención y lástima. Era mendigar
protagonismo como leí en alguna parte.
Con la victimización eliminaba la culpabilidad
porque yo era el bueno de la película. Es una actitud peligrosa que nos puede
llevar a cometer actos injustos porque si me convenzo de que "la vida me
jugó sucio" y "tengo derecho a compensar mi desgracia", puedo
hacer lo que quiera. Podría por ejemplo pensar en que puedo robarle a "los
afortunados" ya que mi propio "infortunio" me legitimiza. Por
eso dice la literatura que las víctimas producen víctimas. El ser la víctima
automáticamente me da la razón y me autoriza. He aprendido que la victimización
es un síntoma de excesiva susceptibilidad y una forma de manipular y evadir mis
responsabilidades.
El Programa me ha enseñado a desarrollar mi
autoestima, hacerme responsable de mí mismo y dedicarme a buscar soluciones en
vez de excusas. Eso desterró mi mentalidad de “soy un desafortunado,
consiéntanme a como dé lugar”. Mi nueva mentalidad es que soy responsable y que
empiece por mí.
C.G.
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