Como parte de la negación del problema en mi hogar disfuncional, aprendí a negar y reprimir mis sentimientos. Era una forma de proteger nuestros penosos secretos familiares. Nadie debía darse cuenta de lo que sentíamos. Esa represión de mis sentimientos también me ayudaba a sobrevivir en medio del caos. Prefería auto engañarme que sufrirlos, como la madre que no llora su bebé muerto para "no oscurecerle el camino al Cielo", según dice una vieja creencia de mi país.
Como niño no valía para los adultos y de igual manera lo que yo sentía no contaba. "¡No se ría!", "¡Te voy a pegar para que tenga motivos para llorar!", "¡La risa abunda en la boca de los tontos!", "¡No llore por esa tontería, lloré cuando me muera!", “¡Está enojado! Lo voy a castigar para que se le quite en enojo” eran frases que se oían con frecuencia en mi casa.
Quizá para aliviar su propia frustración, culpabilidad y de paso consolarme, mi mamá me decía —y todavía me lo dice!— "Lo que ustedes pasaron no fue nada ¡Yo sí sufrí!", logrando solo trasmitirnos el mensaje "lo que ustedes sienten no vale, ignórenlo". Me convertí en una olla de presión emocional que estalló. Empezaron mis fuertes crisis de ansiedad que me llevaron a buscar psicólogos, psiquiatras, sacerdotes, pastores y finalmente al Programa que me enseñó a conducirme bien emocionalmente.
Reconozco, acepto, enfrento y canalizo mejor mis sentimientos, lo que por supuesto ha impactado positivamente mi vida. En algún momento recibí críticas por educarme emocionalmente, ya que en mi sociedad machista un hombre no debe hacer eso. No me arrepiento de mi decisión de hacerlo. Mi vida es mejor gracias a ello.
C.G.
Como niño no valía para los adultos y de igual manera lo que yo sentía no contaba. "¡No se ría!", "¡Te voy a pegar para que tenga motivos para llorar!", "¡La risa abunda en la boca de los tontos!", "¡No llore por esa tontería, lloré cuando me muera!", “¡Está enojado! Lo voy a castigar para que se le quite en enojo” eran frases que se oían con frecuencia en mi casa.
Quizá para aliviar su propia frustración, culpabilidad y de paso consolarme, mi mamá me decía —y todavía me lo dice!— "Lo que ustedes pasaron no fue nada ¡Yo sí sufrí!", logrando solo trasmitirnos el mensaje "lo que ustedes sienten no vale, ignórenlo". Me convertí en una olla de presión emocional que estalló. Empezaron mis fuertes crisis de ansiedad que me llevaron a buscar psicólogos, psiquiatras, sacerdotes, pastores y finalmente al Programa que me enseñó a conducirme bien emocionalmente.
Reconozco, acepto, enfrento y canalizo mejor mis sentimientos, lo que por supuesto ha impactado positivamente mi vida. En algún momento recibí críticas por educarme emocionalmente, ya que en mi sociedad machista un hombre no debe hacer eso. No me arrepiento de mi decisión de hacerlo. Mi vida es mejor gracias a ello.
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