El temor lo
genera la amenaza de perder algo que consideramos valioso, lo que nos
produciría gran frustración. Detrás de él hay una gran susceptibilidad, por lo tanto,
es producto del ego.
Nos invaden muchos temores. Temor a no tener suficiente dinero, a quedarnos
solos, a perder nuestra fuente de placer, a no tener razón, al castigo, a
perder nuestra posición social, a no tener la aceptación y aprobación de los
otros, a que las cosas no salgan cómo queremos, a perder nuestro control sobre
los demás, a la crítica, a la burla, al futuro, a perder nuestra comodidad, a
que los demás no hagan lo que esperamos. La lista es grande.
Parece que al mundo lo que lo mueve es el temor. En mi caso hay tres cosas que
han resultado grandes remedios contra el temor. El primero es la fe de que un Poder Superior
nos ayudará si nos sometemos a él. Confiar en que las cosas saldrán bien nos
ayudará a dejar atrás las tensiones. Los que conocemos el Programa sabemos que
no es solo una creencia para tranquilizarnos, sino que es una certeza que
vendrá la ayuda del Dios de nuestro entendimiento.
El segundo es practicar el amor. El amor piensa en dar y no en lo que pueda
recibir o perder. El olvidarse del yo y dedicarse a hacer cosas en favor de los
otros aleja el temor y produce gozo. En una sociedad movida por el amor, el temor
no tendría lugar.
El tercero es darle
el valor apropiado a las cosas. Hay que pedir el sano juicio para ver todo en
su justa medida. Nuestras prioridades están de cabeza y nos desesperamos por
insignificancias. Generamos temor por cosas que, si las vemos como en realidad
son y les asignamos el valor apropiado, no merecerían nuestra atención.
Hoy quiero vivir sin ese temor que me paraliza, que me hace manipulable, que
saca lo peor de mí y que me quita el entusiasmo por vivir y progresar en el
camino hacia mi recuperación emocional.
C.G.
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