Mi primera reunión con mi actual padrino inició de una manera que no me lo esperaba. Empezó poniendo en claro con un tono firme el cual parecía rayar en la indiferencia, que yo era el que tenía que buscarlo. Ni siquiera iba a registrar mi número de teléfono. No iba a darle seguimiento a mi caso y me pidió ser puntual en nuestras sesiones de apadrinamiento. No sentí disgusto por lo que otros hubieran interpretado como una falta de tacto hacia una persona enferma. Lo que estaba haciendo era establecer las reglas, medir mi interés y dejar en claro que yo era responsable de mi recuperación.
Es largo de contar pero yo no elegí a mi padrino sino que me fue enviado por mi Poder Superior. Esa es la única explicación que encuentro a la serie de coincidencias que se dieron para que nos encontráramos. Él ha probado ser un gran guía. Logró que viera el Programa con nuevos ojos. Sus puntos de vista son muy interesantes y coincidimos en muchas cosas. Había generado mucha dependencia hacia él en mi época más crítica. Era algo esperable, así como era esperable que fuera disminuyendo a medida que crecí emocionalmente lo suficiente para mantenerme estable sin necesidad de apadrinamiento. Al día de hoy mantenemos mucha comunicación pero pocas veces necesito pedirle sugerencia. Ha logrado su cometido de hacerme más independiente.
Mi padrino es un apoyo en mi sanación. No puedo responsabilizarlo de ella. Antes responsabilizaba a otros de enfermarme y ahora no voy a responsabilizar a otros por no sanarme. Asumo mi responsabilidad. Mi recuperación avanzará de manera proporcional a mi empeño. Los demás pueden tenderme una mano pero nadie puede recorrer el camino por mí.
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