Muchos venimos de hogares extremadamente dañados donde aprendimos a vivir mal ¡Y se nos quedó la costumbre! Lo normal era recibir sorpresas desagradables, así que pensar en que algo bueno iba a pasar más bien era considerado una cruel esperanza que era mejor desechar. Así la desgracia se convirtió en una profecía autocumplida.
Nuestros patrones de comportamiento fueron distorsionados y desarrollamos un estilo de vida disfuncional. Aprendimos a ser nuestros propios verdugos y desde luego nos flagelamos sin misericordia. Aprendimos a infravalorarnos y a creer que las cosas buenas son para personas que consideramos mejores. Era infaltable esa sensación de no ser lo suficientemente buenos, de no encajar, de no gustar. Por eso teníamos que conformarnos con migajas y hasta sentirnos indignos de recibirlas. El ejemplo hizo que esa pobreza mental se pasara de una generación a otra.
En mi país hay un dicho que dice El que mucho ríe, pronto llora. Ahora creo que ese dicho lo inventó gente negativa para esparcir su mala semilla y desanimar a aquellos que con su alegría aumentaban su amargura. Ahora creo que es posible estar siempre contentos y creo que el Dios de mi entendimiento así lo quiere. Ahora creo que el que mucho ríe prepara el terreno para más risas.
Mi Poder Superior es una fuente inagotable de bienestar y se me dará tanto como esté en disposición de recibir. Ahora trabajo para dejar libre el enorme espacio que ocupan mis defectos, para que sea ocupado por todo lo bueno que Dios quiere para mí. De ahora en adelante seré un recipiente de bienes y no de males.
C.G.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Le sugiero dejar su comentario usando la opción Anónimo