miércoles, 21 de enero de 2015

Confianza en la providencia de Dios

Desde niño aprendí que los rezos, ya fueran particulares, familiares o comunales, debían terminar con una lista de peticiones específicas. No concebía rezar sin pedir algo.  Era obligatorio. Como hijo de alcohólico no podía faltar en mi lista la petición "que mi papá deje de tomar". El rezar era uno de tantos métodos que me enseñaron para que Dios cumpliera mis deseos. Mi relación con él se limitaba a un trueque.

 Gracias al programa me di cuenta de mi propensión a equivocarme, y me hizo consciente de la gran cantidad de veces que he tomado pésimas decisiones. Mi juicio no era 100% confiable. No puedo saber a ciencia cierta lo que es mejor para mí ni para los demás. Mis intenciones pueden ser buenas, pero, ¿cómo saber que lo que pido es lo mejor? ¿Me ayudará tener mucho dinero o prestigio? ¿Esta situación que no me gusta y quisiera quitarme de encima no será a la postre beneficiosa?

  Mis oraciones son muy distintas a las que decía antes. Si acepto a mi Poder Superior como realmente superior, entonces debe saber lo que necesito. Lo lógico no es negociar con él sino someterme a él. Quiero saber qué hacer y lo necesario para hacerlo. Quiero saber que no hacer y darle la espalda tranquilamente. 

 A veces siento la necesidad de pedir resultados específicos y no tiene nada de malo. Los seres humanos tenemos deseos y los míos se los hago saber a mi Poder Superior, aunque él ya los conozca. Sin embargo, ahora no olvido agregar al final "si es tu voluntad". Es un reconocimiento de mi limitación y de la omnisciencia del Dios de mi entendimiento a quien he confiado mi vida y voluntad.

 C.G.

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