lunes, 5 de enero de 2015

Tengo poderosos aliados

He comentado muchas veces en mi grupo que llegué a acostumbrarme y a acomodarme a una forma de vivir insana. Creía que eso era mi destino y que las cosas no cambiarían, así que no quedaba de otra que resignarme. Era inevitable que mi papá bebiera y que el resto de la familia estuviera trastornada. No dejaban de angustiarme ambas cosas, pero era lo normal. Rezaba asiduamente pidiendo un remedio que no llegaba. 

No parecía que nada pudiera enfrentarse al gigante del alcoholismo y sus secuaces. Me equivoqué. Había una solución. Fue hasta muchos años después que pude encontrarla. A veces lamento no haberla visto antes, aunque cuando le expreso esto a mi padrino me recuerda que no era mi tiempo. Gracias al Dios de mi entendimiento, mi tiempo llegó. 

 Llegué al programa todavía adolorido por el golpe que recibí al tocar el fondo emocional necesario para abrirme el camino a la sanación. Aunque conocía sobre principios espirituales, no había comprendido lo poderosos y efectivos que eran. No fue sino hasta que eché manos de ellos en serio que lo constaté. Los monstruos que me acechaban sí tenían rivales muy superiores, pero los había ignorado y mi atención estaba puesta en mis enemigos lo que los fortalecía. Contar con aliados tan poderosos aumenta mi confianza y mi deseo de mantenerme fiel a ellos. Si los hago a un lado, seré presa fácil de mis defectos de carácter que no dudarán en arrastrarme otra vez al abismo. 

 Merezco vivir bien y tengo el derecho de ser feliz. Ese es el propósito por el que estoy en el mundo. Al comprobar por medio de las historias de recuperación de mis compañeros de grupo toda la riqueza espiritual que hay dentro de cada ser humano, me convenzo más que nuestro propósito es dejarla salir, lo que inevitablemente traerá un gozo interior llamado felicidad. Dejar fluir ese caudal es lo que me permite vivir a plenitud y sana las secuelas que dejó el tenerlo obstruido. 

No estoy en este mundo para anularme ni vivir triste, sino para explotar todo mi potencial. La alegría debe ser mi principal característica. Sentirme bien conmigo mismo debe ser mi meta constante. Incluso cuando hago un sacrificio debe caracterizarse porque mi decisión me hace sentir bien. Si no me siento bien, es mala señal. Entonces hay que replantearse la decisión. Todas mis decisiones deben tener como común denominador que me hagan crecer como persona. Si alguna no cumple con este requisito, debe ser desechada. Yo soy mi primera responsabilidad.

 C.G.

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